viernes, abril 27, 2018

el rey


Días atrás presenté con Jorge Valenzuela y María José Caro la antología King. Tributo al rey del terror, publicada por la editorial Casa Tomada. Mientras leía mi texto de presentación, me fue imposible no tener en cuenta el camino que debió recorrer la obra de King para ser considerada una poética atendible para la crítica. 
En lo personal, no tendría problema alguno con que se le conceda el Premio Nobel de Literatura. King ha hecho lo que casi nadie por la lectura: forjar millones de lectores mediante historias que estremezcan y conmuevan. No hablamos únicamente de terror. Su proyecto tiene muchas capas simbólicas y metafóricas que recién están siendo asumidas con seriedad. Además, sus lectores comparten un lazo común: la desigualdad generacional. 
Pienso en la recepción de sus libros en nuestro pueblito literario en los noventa: el norteamericano era visto como un autor basura, un estafador de la ficción, un ridículo metemiedo, un prescindible hacedor de divertimento. Recuerdo el asco de la academia sanmarquina, como también la del fundo Pando. Y ni hablar de los escritores y remedos de tales, a excepción del subvalorado José B. Adolph quien, dueño de una personalidad de hierro, declaraba su admiración por él ante la conmoción de los puristas que no podían aceptar como influencia a un autor que no fuera canónico. 
De los títulos de King que recomendaría a los noveles y atarantados en el tráfico de la famita barrial, sin duda estaría este: Mientras escribo, considerado como un breviario del proceso de la ficción. Además, el libro brinda las señas que te convertirán en el escritor que puedes ser y no en el autor que sueñas. Este librito, bien leído y estudiado, puede curar a cualquiera de la soberbia, indiscutible característica de autores de alma chiquita que ya no tienen nada que decir.

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