adán
El pasado miércoles acompañé a una amiga
al develamiento de una placa conmemorativa en la que fue la casa de Martín Adán,
ubicada en el Boulevard de Barranco, en donde ahora funciona una pujante
salsoteca, de ritmo cambiante de acuerdo a la exigencia del consumidor.
Para tal evento, se organizó una
actividad cultural frente a la casa, en la que participaron gestores culturales
y poetas del medio, que leyeron fragmentos de la obra de Adán, acompañados de
una mágica ejecución de clarinete.
Un evento como este es fruto de la
pujanza individual y el compromiso de un puñado de admiradores a los que no
hace falta convencer sobre la importancia del escritor para la cultura peruana,
cosa distinta para el barranquino promedio, asombrado del crecimiento
inmobiliario que viene conquistando su distrito.
Barranco es un distrito concurrido, sin
embargo, allí viven pocos barranquinos, según cifras no pasan de 60 mil
habitantes, lo que en teoría haría viable un plan de concientización que asuma
la riqueza cultural del distrito y así pueda defender su tradición ante los
avances del supuesto progreso patentizado en el cemento.
Lo del miércoles es un claro ejemplo de
lo que acabo de indicar: mucho seguidor de Adán, pero pocos barranquinos. En un
país normal, un evento como este hubiese suscitado la concentración de, por lo
menos, cientos de personas, o en todo caso una tendencia temática entre los
vecinos, hablando de Adán sin necesidad de conocer su obra a profundidad, ya
instalado como un nombre en el imaginario popular, tal y como ocurre con
Vallejo. No es exageración: no son pocos los que consideran a Adán el poeta más
grande del Perú.
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