wonder boys
Hace trece años Sergio Galarza y
Leonardo Aguirre inscribieron sus nombres en la historia no oficial de la
narrativa peruana. Puñetazo y patadas del primero al segundo a razón de una
reseña negativa. Sobre esta manifestación de afecto se ha dicho mucho y me
quedo con el dictado del sentido común: se armó esa infantil gracia barrial
contra el entonces vitriólico crítico literario.
Desde mediados de los noventa, Galarza
es considerado un autor de culto a razón de su primer libro, Matacabros. A la fecha algunos cuentos
de la publicación han sido llevados al teatro y adaptados como cortometraje.
Sin embargo, lo que hizo después no me entusiasmó para nada, hasta que publicó
el testimonio Una canción de Bob Dylan en
la agenda de mi madre, libro medular que le permitió calibrar la vena
emocional, poniendo en orden sus recursos narrativos, los cuales vemos en su
buena novela Algún día este país será mío,
en donde sus intereses temáticos están signados por la madurez, manteniendo la
cualidad y consecuencia que lo ha identificado: como autor tiene mucho por
decir y no son pocos los que se identifican con su propuesta.
En 2005 Aguirre se dio a conocer con un
cuentario que algún editor tendría que rescatar ya: Manual para cazar plumíferos. Aquí están las señas que desarrollaría
en sus seis incursiones, en las que transita por las parcelas del humor, el
límite del lenguaje y la autorreferencialidad. De las plumas peruanas del nuevo
siglo, es quien más reseñas favorables ha conseguido. No sorprende: sus
acrobacias formales gustan a los críticos. Pero no a los lectores. Aguirre no
tiene que demostrar que es un escritor talentoso, su tarea ahora es madurar y
ser capaz de transmitir dimensión humana, ausente en Interruptus. El consejo, de bró: reírse e indignarse de sí mismo.
…
En Caretas
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