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Entre las películas que no me canso de
recomendar del francés Léos Carax, quizá su más polémica: Pola X (1999).
Ya perdí la cuenta de las veces que la
he visto y volví a ella en esta madrugada tras leer una novela peruana que me
mató de aburrimiento. A lo mejor, este interés por buscarla entre mis películas
se debió a que en estos días he recibido extrañas señales sensoriales que me
remiten a un trabajo suyo peculiar, Holy
Motors (2012).
A Pola
X le tengo mucho cariño. Fue la primera película de Carax que conocí en una
tarde noche en la Filmoteca, cuando esta era tal en el Museo de Arte y no en lo
que se ha convertido ahora en el Ccpucp.
Nunca ha llamado mi atención el
“malditismo” con el que se asocia a Carax, en ese sentido la prensa y la
publicidad han hecho su trabajo y el francés no ha sido extraño a esos favores
de la promoción, colaborando aún más en su leyenda de enfant terrible.
Esta película sigue perdurando debido a
la extrañeza de sus componentes estéticos ligados a la imperfección formal. Las
líneas argumentales (basadas en el relato “Pierre o las ambigüedades” de Herman
Melville), relacionadas al incesto, han ido perdiendo luz, imponiéndose la
brutal configuración de sus protagonistas alucinados, del mismo modo algunas escenas,
a saber, la de una orquesta ensayando en una fábrica abandonada, cuyos sonidos
arcaicos vienen acompañados por aves de corral que se pasean por entre el
director y músicos.
El caletismo ilustrado no fue lo que me
llevó a ver la película, sino más bien una motivación más frívola que considero
justificable: en aquel entonces acababa de ver los primeros trabajos de
Polanski, siendo Repulsion el que se
había posesionado de mi juvenil mente influenciable, sea por el argumento, la
carga tanática de las atmósferas y, obviamente, Catherine Deneuve.
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