philip roth
La narrativa mundial no solo está de
luto por la muerte de Philip Roth, sino que esta no tardará en experimentar un
vacío del que difícilmente vaya a poder recuperarse. Roth simbolizaba la
tenacidad y persistencia en la escritura de ficción. No exageramos si afirmamos
que Roth era la Novela, género en el que destacó al nivel de los más grandes
del siglo XX, y a la que confirió de una profundidad temática cuando parecía
que iba a perderse por los cauces de la acrobacia formal y el juego lingüístico.
Para nuestro autor no existía estructura narrativa si antes no había dimensión
humana, que desplegó en novelas tan distintas como El lamento de Portnoy y Pastoral
Americana.
La partida de Roth duele porque lo
asumíamos como un maestro que iba a ser eterno. En 2012 anunció que iba a dejar
de escribir y que ya no haría más apariciones públicas. Para aquel entonces ya
había cumplido gracias a sus novelas, cuentos y ensayos, canibalizando la
dimensión judía norteamericana de la misma forma en que lo hicieron sus
compatriotas Bernard Malamud y Saul Bellow, además, siempre mantuvo un apego
por autores de Europa oriental, pensemos en el polaco Bruno Schulz, tal y como
se manifiesta en esa autorradiografía
literaria llamada Lecturas de mí mismo.
Tuve la suerte de entrar a su poética
gracias al primer título del Ciclo Zuckerman, La visita al maestro, en una añeja edición de Argos Vergara. Corría
el año 1996 y recuerdo que las secciones culturales de diarios y revistas lo
anunciaban como fuerte candidato al Nobel de Literatura. Bien sabemos que la
Academia Sueca no le hizo justicia y que tuvo más de una oportunidad para
premiarlo. A pesar de ello, sus lectores no nos lamentábamos. Razones sobraban:
Roth era ajeno a esos caprichos.
…
En Caretas
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