exponer el dolor
En la pasada feria de editoriales
peruanas La independiente se presentaron varios títulos interesantes, de ellos
destacó, y con mucha ventaja, El hijo que
perdí (Anima del Invierno) de Ana Izquierdo Vásquez.
Hay libros que se anuncian con bombos y
cohetones, refrendados por Likes y comentarios que posicionan al autor de
ocasión como firme promesa, pero ya tenemos experiencia en estos asuntos para
no caer en la trampa de la huachafada virtual: una cosa es el saludo plástico y
otra la experiencia de la lectura, la que termina legitimando o no el
entusiasmo precedente.
Si este primer libro de Izquierdo viene
generando una identificación con los lectores, no se debe únicamente a la
experiencia trágica que cuenta, sino también al grado de exposición que la
autora hace de sí misma mediante un discurso sobre las enfermedades físicas y
emocionales que han signado tanto su vida como la de sus familiares más cercanos.
Esta cadena de vivencias ha sido asimilada en pos de lo que interesa para este
proyecto: el peso revelador que sustenta
el laconismo, la frase cortante en estado de gracia. No hablamos de oficio, que
depende de la práctica, sino de honestidad expositiva, es decir, ser fuerte en
la manera que puedes serlo, transmitir en el silencio.
La brevedad de este testimonio exigía una
estrategia narrativa que Izquierdo cumple en la mayoría de capítulos, sin
embargo, hierra cuando pretende intelectualizar el dolor valiéndose de otros libros
testimoniales que abordan el duelo, como si buscara una teoría de apoyo en la
sola enunciación, innecesaria para su narración. Más allá de este reparo, El hijo que perdí se posiciona como un
texto que va más allá de su condición, que no solo nos deja lo que pocas veces
vemos, experiencia literaria, sino también una enseñanza de vida: la reconciliación
del lector consigo mismo.
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