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Es Viernes de Resurrección y me invitan
a un concierto en Nuclear Bar, ubicado en la tercera cuadra de Quilca, en la
recta de las tiendas de vinilos. Hace un tiempo fui a este local y bien puedo
decir que, aparte de recibir uno que otro golpe, me despaché a mi gusto
haciendo lo mismo con las puntas confundidas y entregadas al ritmo endemoniado
de las cuerdas de las guitarras. No me gusta el rock de garaje, aunque durante
un tiempo lo escuché con atención, lo que me gustaba más era precisamente el
estado salvaje al que se llegaba en estas tocadas.
Hasta el final estuve decidiendo si iba
o no a Nuclear Bar. Todo el día estuve leyendo, terminando de hacer las
anotaciones de tres libros, y definiendo un artículo sobre la adaptación a
serie de una de las mejores novelas de Philip K. Dick. De alguna u otra manera,
la obra de Dick me viene llamando la atención desde hace un tiempo, quizá el
cúmulo de sus ideas, su manera de pensar, no así su estilo.
Cerca de las siete de la noche, me pongo
a ver el partido de Brasil y Uruguay. El de ayer, el partido de Perú y
Venezuela, sin comentarios, para dejarlo en el olvido. No esperaba mucho de la
selección, pero lo que sí esperaba era una mayor entrega, que los muchachos no
sean víctimas del aburguesamiento, como también de la mariconada de cuidarse
las piernas, como dejó en evidencia Pizarro, una vez más. O la falta de actitud,
como el tal Tapia y el perdido Ascues.
En cambio hoy, me deja satisfecho el
partido entre uruguayos y brasileños. Uno se olvida definitivamente de la
chanchada de la selección el día de ayer.
Pero la realidad sigue presente, el
manto negro que cubre la política peruana actual, graficado en unas elecciones
cuyas reglas están hechas para que gane la rata naranja. Que aún haya millones
de peruanos que crean en la opción de Fujimori es la más irrefutable muestra de
que este país no ha avanzado nada, que su memoria histórica última no es una
prioridad en el discurso colectivo, sino lo que importa es la inmediatez de la
solución a lo bestia, a los problemas que crecen sin atisbo de solución, como
la inseguridad, la desaceleración económica, que tanto ha descuidado Nadine en
este gobierno. Nadine, pues, nos está entregando en bandeja a la hija de
Fujimori. ¿Ahora quiero ver en dónde meten las narices aquellos babosos que
apoyaron y creyeron en el rollo de la aún Primera Dama? Lo sé, no dirán nada,
puesto que ahora se dedican a apoyar a la que fue su secretaria.
Qué rico es este país, carajo.
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