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Domingo de sol.
Mis vecinos decidieron hacer una
parrillada. Días antes pidieron permiso a los vecinos.
La mayoría optó por darles permiso para
que puedan hacer su parrillada.
Eso quería decir lo siguiente: tendría
toda la tarde una bomba musical, que no se detendría hasta mucho después de
acabarse el último plato de parrillada.
Por un momento pensé en visitar a mi
hermano. Refugiarme en su casa hasta que el barrio vuelva a ser un barrio
normal.
Pero no, decido quedarme en casa con
Onur.
Abro los archivos en Word que venía
avanzando. Felizmente, ninguno me presenta ninguna traba, ni en tema ni en
estilo. Solo me queda presionar las teclas mientras escucho el Mirage de Camel, que me recordaron su
existencia un par de horas antes.
En esas estoy, pasando a limpio los
apuntes de mi escritura apurada, casi críptica, que solo yo entiendo. Obvio, se
supone que cada quien debe entender su escritura, pero en mi caso no siempre ha
sido así. No. Hubo un tiempo en que sí me sentía perdido en mis propias notas,
lo que me llevaba a hacer un soberano ejercicio de memoria.
Ahora no es así. Escribo de tal manera
que pueda entenderme al momento de escribir en el archivo.
Algunos hablan del trance de la
escritura. Pues bien, me encuentro en ese trance, en los instantes eternos que
salen de tu cabeza, todas las ideas posibles, incluso las que no pensabas que
germinabas en mente.
Eso es lo paja del trance, pero tampoco
hay que creerse la gran cosa por ser parte de él.
Bueno, es que hay más de un desubicado
que asevera que es lo más maravilloso que existe. No sé si exista alguien a
quien le guste escribir de verdad capaz de decirme que escribir es lo más
maravilloso que existe.
Continúo en lo mío.
Pero recibo la llamada de “Cachetada”,
que también ha sido atacado por avatars. Uno de estos avatars lo llamó
envidioso.
Pero “Cachetada” tiene calle. “Cachetada”
sabe quién se esconde detrás de la falsa cuenta de Face. Sin asco, pone en evidencia
su identidad, su chaplín de reconocimiento: “Chalina suicida”.
“Chalina” desaparece y ya no lo jode más.
Pienso en “Chalina”, que no entiende que los señalamientos no son hacia él,
menos a su obra, sino a ese discurso pendejo que su grupo desarrolla en
paralelo a la obra. No pues, con la obra no hay que meternos y eso lo sabe “Chalina”.
Me desconecto y vuelvo al texto. Uno de
ellos me está saliendo de la putamadre. Al cabo de hora y media, busco algo de
beber. En la refrigeradora encuentro una botella de jugo de naranja. La salsa
dura comienza a sonar en la casa de los vecinos. Me acerco a la ventana. Han
sacado la parrilla a la calle. Prendo un cigarro. Sobre la mesa de la sala, los
periódicos del día.
En la portada de Perú 21, la cara de
Verónica. El diario sugiere que también ha escrito en las agendas de Nadine.
Esto se pone bueno, me digo. Entonces me
conecto un toque otra vez al Face, para ver reacciones. Las reacciones son las
que me esperaba. No lo niego, hay una guerra sucia en contra de Verónica, pero ante
todo ella debería deslindar de Venezuela, dejar de balbucear y sindicar ese
gobierno como lo que es: una dictadura. No lo hace, y no creo que lo haga, a
cuenta de que ella sabe que el partido de gobierno recibió billetones de la dictadura
llanera. Eso es lo que me fastidia: el doble rasero de nuestra izquierda y su
alucinada superioridad moral. Pero no quiero hacerme hígado. En un toque
retornaré a lo que estaba escribiendo y reviso La República, en el que
encuentro un artículo de Vargas Llosa sobre el libro que Leopoldo López Obrador
ha escrito en la cárcel.
Sin comentarios al respecto, solo tengo
una esperanza: Verónica debe deslindar de esa dictadura. Es lo que debería
hacer en la mañana del lunes antes de sus baños de vapor.
¿Y quien se beneficia de este
escabeche?, no hay que analizar mucho: la rata naranja, pues.
Me imagino un país capitaneado por la
rata naranja. Un país sumido en el desperdicio, es decir, ya legitimado en él,
porque en el desperdicio estamos desde hace mucho, asentados en el fango
gracias a la actual pareja presidencial.
La pareja presidencial. ¿Qué pensar de
ellos? Bueno, de ellos sé qué pensar. Nunca esperé un milagro de una mujer
carcomida de arribismo, menos de un marido de quien se tienen sospechas
razonables de haber violado derechos humanos.
Este gobierno termina tal y como
comenzó.
Pero lo que sí me sorprende es la
defensa cerrada que hacen de ellos los guachimanes de las buenas costumbres, los
llamados intelectuales que defienden un gobierno con serios indicios de
corrupción, intelectuales que mueven masas virtuales, minimizando las denuncias
que pesan sobre ellos. Denuncias que no son moco de pavo. Si viviera, ¿qué
diría González Prada de Faverón? Me lo imagino, en lo que le diría, pero más en
lo que le haría. Faverón es un tipo leído, inteligente, pero su defensa de la
corrupción de la pareja presidencial sí le va a perjudicar, tarde o temprano. Eso
ocurre cuando se critica y señala personas y no las situaciones que las
configuran. Bueno, cada quien labra y dinamita su legitimidad, cada quien sabe
cómo se realiza un lento Harakiri.
Regreso al escritorio. Prendo otro
cigarro. Reviso lo avanzado y comienzo a teclear, así hasta tentar el trance,
que es pajita, sí, mas no cosa de otro mundo.
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