miércoles, marzo 16, 2016

vp

Desde hace varios días vengo escuchando comentarios, la mayoría contrarios, a la muestra fotográfica No olvido ni perdono a cargo de Estudio Díaz.
Si gustas, la ves aquí.
Para algunos, resulta pajita el diseño de ropa de Pablo Valdez, para otros las fotografías de Rodrigo Díaz. Y para todos, la modelo Giuliana Weston.
No me hago problemas. De lejos, la muestra me parece una soberana estupidez y de cerca una genuina porquería.
Y no, no lo digo por el tratamiento que se hace del tema de la violencia política. Más bien, esos señalamientos, la mayoría de los mismos vienen escanciados por la demagogia, el aprovechamiento de la bulla que suscita el tópico.
La violencia política es un tópico muy delicado y más de un hipócrita del discurso moralista se alucina con la autoridad para hablar de ello, cuando un discurso como este, lo mínimo que requiere de sus estudiosos, es una mínima coherencia, llámale postura moral, y es penoso decirlo porque conozco a muchos que han escrito desde las alturas de la academia sobre la violencia política, cuando en su vida real, su compromiso con ella no pasa más allá de la puerta del ex cine Orrantia.
Esta muestra, ahora en el plano literario local, ha propiciado la arremetida de quienes critican y descalifican a la VP, como si esta fuera el gran lastre de la tradición narrativa peruana de las últimas décadas, impidiendo que esta se sacuda de su peso, por demás aplastante y generador de complejos literarios.
Aciertan cuando señalan que por medio de la VP existe un andamiaje crítico que ha permitido a más de uno forjar una carrera no solo en la academia, sino también en las esferas vitales y frívolas que suceden en paralelo al ejercicio literario, pienso en encuentros, congresos, mesas redondas… En fin, de todo como en botica.
No es para menos, hasta el más inútil ha podido sacar provecho gracias a la VP.
Entonces, si quiero hacerme el original, el bacán, el papacito que marca la pauta sin haber leído más de 30 libros en mi vida, 25 de los cuales de no más de 150 páginas, aprovecho momentáneamente la coyuntura y arremeto contra la VP, cosa que de contrabando meto el registro por el que me he jugado las fichas, dotándole al mismo de novedad, y siendo más ambicioso, contraponiéndolo a la tradición de la VP.
Personalmente, me siento responsable de la aparición de estas rarezas literarias que como buenos hablan contra la VP. En su momento di un impulso ante algo que me gustaba, lo que nunca pensé fue el escabeche que se cocinaría después. Por cierto, a mí me encanta el escabeche, pero uno que esté bien preparado.
Es cierto: la narrativa peruana que aborda la violencia política viene atravesando una crisis. Realidad que ha puesto las pilas a los que viven de ella, persistiendo en la mentira. ¿Se imaginan lo que ocurriría si esta crisis se asienta? En verdad, este tópico jamás desaparecerá, pero desde hace varios años más de un narrador de la VP viene lucrando con el verso del tópico.
Pero si uno, como narrador del yo o de lo que sea, quiero imponerme al tópico dominante, lo primero que haría sería forjar una obra que por sí sola defienda mi postura, sin necesidad de hacer uso del relacionismo. Si el talento no me da para tanto, mejor guardo silencio. Por más bulla que haga, si no hay obra detrás, todo será una farsa. 
Eso es lo que está pasando, y lo bueno es que el show recién empieza.

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