lunes, marzo 21, 2016

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En la madrugada leía un libro de ensayo de reciente aparición. Me gustaba lo que leía y hacía también algunas anotaciones, no tanto como las que pensé que haría en principio.
Cerca de las tres, cierro el libro. Prendo el televisor y me pongo a recorrer canales de cine. Un par de películas llamaron mi atención, ambas obras maestras. En otra ocasión, hubiera dejado lo que hacía para verlas, no importa si ya estaban avanzadas o comenzadas.
Mientras buscaba, también me topé con el comienzo de una película que no es una obra maestra, a la que, en un aliento buenagentista, valdría decir que exhibe méritos. La primera vez que la vi, hace ya muchos años, me pareció una película cumplidora. No me sentí ni estafado ni sorprendido, tampoco sentí que perdí el tiempo mientras la veía. 
Sin embargo, desde hace año y medio me vengo topando con ella. Ya sea doblada o subtitulada, se me antoja como un trabajo que siento muy personal. El paso de los años ha hecho que Jarhead de Mendes se ubique entre mis películas personales. No sé cuánto tiempo me tome esta fijación, quizá obedezca al apego que tengo por algunas sensaciones, como el calor y color naranja seco que despide la tierra tostada por el sol, o quizá por ese detalle, no menos sensorial, que es la ansiedad que reflejan los soldados en el desierto de Arabia Saudita, a la esperar de entrar a Kuwait y liberar ese país de la invasión iraquí. Si un espíritu la recorre, ese es precisamente el de la ansiedad, por demás jodida e hiriente.

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