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Me despierto algo tarde.
Me sirvo café.
De la calle escucho la conversa de los
vecinos. Me acerco a la ventana para ver qué ha pasado. Están todos los vecinos
e imagino que se trata de algo importante. Pese a que nos encontramos a media
cuadra de la comisaría de Apolo, nadie se fía de esta. Por algo tiene la fama
de ser la más corrupta de la capital.
Me remojo la cara, me pongo un short y
abro la puerta. No sé por qué, pero cada vez que hay estas reuniones vecinales,
al azar, estas se desarrollan en la puerta de mi casa, justo al frente, a menos
de dos metros de distancia. Más de una vez he pensado en pedirles que se vayan
a discutir unos metros más allá, pero me doy cuenta que no es malo, porque
esperan que salga mi padre, que no solo calma los ánimos, sino también brinda
soluciones, más aún en estos días en los que los robos a casas se han vuelto
recurrentes.
Me abro de la reunión vecinal. Regreso a
mi cuarto y cojo la edición 53 de Hablemos de Cine, de 1970. En este número,
una entrevista a Pasolini. Me gustan algunas respuestas del italiano, en
especial llama mi atención cuando revela que aprendió los secretos técnicos de
la filmación en pleno proceso de dirección de sus películas, porque nunca le
interesó aprender antes. Esta afirmación revela aquella cualidad de la que
pocas veces he hablado, pero que está muy presente muchísimos creadores: la
inteligencia e ingenio del entusiasmo. Podría llamarse también curiosidad. Como
sea, esta inteligencia la percibo en los creadores menos ortodoxos, lo que no
quiere decir que hablemos únicamente de los dedicados a forjar una leyenda, una
fama salvaje que seduce mucho a la fanaticada infaltable de los circuitos
culturales y artísticos.
Esa edición de Hablemos de cine me
regaló Óscar, un pata que iba a comprar libros a Quilca y Camaná. Le gustaba
mucho perderse entre las rumas de títulos que uno podía ver en algunos puestos
de libros, pienso en los de Camaná, en esos espacios que aún se resisten a
desaparecer y que perviven gracias al afán comercial de sus vendedores. A veces
el afán comercial juega a favor del lector, el verdadero que se dedica a
buscar, a hurgar, sin tener en cuenta la ignorancia del vendedor, pero en fin,
se trata de un juego en el que cada quien cumple su función. De esa manera
Óscar consiguió la edición 53 de Hablemos de Cine. Claro, se pueden conseguir
muchas cosas, no solo libros, en el Centro de Lima, solo que muy pocos están
dispuestos a ensuciarse los dedos.
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