jueves, marzo 31, 2016

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Cerca del mediodía me dirijo rumbo al Virrey de Lima. Había quedado con Carola en que conversaríamos, no por razones de la librería, sino porque desde hace semanas que no nos vemos.
El camino se me hace lento. Mis pasos son más lentos que de costumbre, a razón del calor. Además, no suelo salir de casa durante el día. Pero siempre es bueno hacer una excepción.
Mientras conversábamos, miraba la librería. Y no es porque haga actividades en esta librería, pero bien puedo decir que es la más bonita del país.
Carola se fue a almorzar con un amigo de La República y me quedé un rato con Dajo y Dio, de los mejores libreros que hay en Latinoamérica.
Al rato me retiro de la librería y barajo una idea que me viene persiguiendo desde hace varios días. ¿Es hora de jubilar a mi Motorola de la prehistoria?
Miles de personas en el Jirón de La Unión. El calor que quema en su punto más alto.
Sé que hay una sucursal de Movistar allí. La veo e ingreso.
Antes de cualquier gestión, que por desinformado corro el riesgo de quedarme durante horas en una insoportable espera, les pregunto a las dos señoritas de recepción cuánto tiempo me tomaría solicitar un cambio de equipo. Ellas se muestran amables, pero no me fío de las buenas respuestas, me dicen que en menos de 20 minutos, pero sé que son capaces de cualquier respuesta que uno quiere escuchar solo para engancharte y de esta forma comerte todo el trámite. Por ello, hice la pregunta tres veces, en intervalos de 3 segundos, y en mayor firmeza en cada emisión. Una de ellas, la de más edad, me dijo que sí, que la gestión no me demandaría más de 20 minutos.
Me pidió que la siguiera y la seguí.
La seguí hasta en segundo piso. Y me llevo donde un pata, un gordo blanco, que de lento no tenía nada.
Salí con un nuevo equipo móvil.
No pienso darle más uso de lo que estaba acostumbrado con el otro aparato. Sin más, comencé a desinstalar muchas aplicaciones.
Llamo a casa y le digo a mi madre que estaré con ella en media hora. 
En el bus del Metropolitano es inevitable escuchar las preferencias electorales de los pasajeros. Por salud mental, prefiero no escuchar de política y no ser parte del cruce de preferencias. Pero noo deja de joder, sí, que más de uno prefiera votar por la rata naranja, pero tampoco es que las otras preferencias sean de las ideales. Como ya señalé, lo que sea que ocurra el 10 de abril, volveremos a votar contra la rata naranja, así tengamos que hacerlo con una bolsa de papel en la boca.

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