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Cerca del mediodía me dirijo rumbo al
Virrey de Lima. Había quedado con Carola en que conversaríamos, no por razones
de la librería, sino porque desde hace semanas que no nos vemos.
El camino se me hace lento. Mis pasos
son más lentos que de costumbre, a razón del calor. Además, no suelo salir de
casa durante el día. Pero siempre es bueno hacer una excepción.
Mientras conversábamos, miraba la
librería. Y no es porque haga actividades en esta librería, pero bien puedo
decir que es la más bonita del país.
Carola se fue a almorzar con un amigo de
La República y me quedé un rato con Dajo y Dio, de los mejores libreros que hay
en Latinoamérica.
Al rato me retiro de la librería y
barajo una idea que me viene persiguiendo desde hace varios días. ¿Es hora de
jubilar a mi Motorola de la prehistoria?
Miles de personas en el Jirón de La
Unión. El calor que quema en su punto más alto.
Sé que hay una sucursal de Movistar
allí. La veo e ingreso.
Antes de cualquier gestión, que por
desinformado corro el riesgo de quedarme durante horas en una insoportable
espera, les pregunto a las dos señoritas de recepción cuánto tiempo me tomaría solicitar
un cambio de equipo. Ellas se muestran amables, pero no me fío de las buenas
respuestas, me dicen que en menos de 20 minutos, pero sé que son capaces de
cualquier respuesta que uno quiere escuchar solo para engancharte y de esta
forma comerte todo el trámite. Por ello, hice la pregunta tres veces, en
intervalos de 3 segundos, y en mayor firmeza en cada emisión. Una de ellas, la
de más edad, me dijo que sí, que la gestión no me demandaría más de 20 minutos.
Me pidió que la siguiera y la seguí.
La seguí hasta en segundo piso. Y me
llevo donde un pata, un gordo blanco, que de lento no tenía nada.
Salí con un nuevo equipo móvil.
No pienso darle más uso de lo que estaba
acostumbrado con el otro aparato. Sin más, comencé a desinstalar muchas
aplicaciones.
Llamo a casa y le digo a mi madre que
estaré con ella en media hora.
En el bus del Metropolitano es
inevitable escuchar las preferencias electorales de los pasajeros. Por salud
mental, prefiero no escuchar de política y no ser parte del cruce de
preferencias. Pero noo deja de joder, sí, que más de uno prefiera votar por la
rata naranja, pero tampoco es que las otras preferencias sean de las ideales.
Como ya señalé, lo que sea que ocurra el 10 de abril, volveremos a votar contra
la rata naranja, así tengamos que hacerlo con una bolsa de papel en la boca.
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