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Un domingo algo complicado.
En la madrugada, justo antes de meterme
al sobre, me acuerdo que debía terminar mi reseña de Cinco esquinas de Marito.
El texto fluyó, a no ser por ese
involuntario error de presionar la tecla equivocada, que mandó al tacho lo que
había avanzado.
¿Comenzar de nuevo? Sí
No queda otra. Tenía las notas a la mano
y comencé a reelaborar la reseña. Igual, las ideas centrales seguían intactas y
la empresa se pintaba sin complicaciones. Sin embargo, nuevas ideas se
presentaban en la reescritura y la reseña que pensé que sería, no lo fue, más
bien cambió hacia un tono que me gustó, me gustó porque iba acorde con mi
sensación que aún tenía de la lectura de la novela.
Cerca de las cinco, busco una película
de Jarmusch, The Limits of Control, de
la que algunas escenas se me han presentado en estos días, quizá debido a mi
predilección por el café espresso. Los detalles inanes son los que me hacen
regresar a muchas películas y ciertos libros.
A razón de esos detalles inanes llegué a
las seis de la mañana sin la más mínima sensación de sueño.
El sueño me vendría, fácil, a eso de las
nueve. Tenía el suficiente tiempo para hacer las compras del desayuno. Salí a
hacer las compras, con Onur. Mientas nos dirigíamos a las tiendas, se me
ocurrió hacer una caminata con el falso pekinés al Minimarket del grifo de Canadá
con Arriola. Sería la primera caminata de Onur fuera de Apolo. Pensé en
principio en que Onur no resistiría, pero la mejor manera de comprobarlo era
precisamente haciendo esa caminata.
Onur es un espectáculo. No creo que se
deba a sus tiernos ocho meses de vida. Este perrito busca pelea a todos los
perros, incluyendo los grandes, y las perras, sin importar su tamaño se lanzan
sobre él para lamerle el cuello y la panza. Fue una caminata lenta, con un sol
que sin duda quemaría más. Teníamos sed. Llegamos al Minimarket y compré lo necesario
para el desayuno, también me abastecí de cigarros y agua mineral. Las empleadas
me dijeron que estaba prohibido entrar con mascotas al establecimiento, pero a
los segundos comenzaron a hacerle cariñitos a Onur. Al salir abrí una de las
botellas de agua minera e hice un cuenco con mi mano para vertir agua. El perro
bebió como si nunca hubiese hecho.
Regresamos en calma, pero cada vez que
aparecía un perro, sin importar el tamaño de este, Onur se lanzaba tras él. Sin
duda, mi falso pekinés es un perro peligroso.
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