447
Me levanto tarde.
“Jeremy”, de los ZB, se compró una motocicleta.
Ese hecho le ha motivado a escribir un relato titulado “Mototaxi maldito”. Si
ese relato se termina, creo que sumará en el curso de la narrativa peruana
actual, la rescatará de su apatía.
Voy a la cocina y me sirvo café. Una
nota sobre la mesa de la sala: mi padre ha sacado a pasear a Onur y mi mamá ha
salido con mi tía Fara. También me sirvo agua. El sol quema y cuanto antes debo
ir donde la señora Blanca, mi peluquera. Felizmente, su local queda a cuadra y
media de mi casa.
Tomo un duchazo.
Salgo a la peluquería.
Camino despacio para no transpirar
mucho.
En una de las casas, en lo que sería el
quinto piso, construyen una terraza, la están pintando de blanco, que contrasta
con su natural color mostaza. No digo nada, pero de una de las ventanas del
tercer piso, asoma su cabeza Ramiro.
El cruce de miradas es inevitable.
Ramiro me observa con cólera y no niego que sentí miedo. En cualquier momento
saca un fierro y me plomea en la calle. Razón no le falta. Ante todo, Ramiro es
resentido.
Ocurrió hace más de 12 años.
Jugábamos fulbito en la cancha del
parque Lincoln.
Yo era el arquero y mi equipo iba
ganando. Estábamos apostando, 20 soles por cabeza. Ramiro no jugaba, pero su
equipo estaba perdiendo, de tanto en tanto entraba a jugar, pero cuando lo
hacía, aumentábamos el marcador. No era para menos. Ramiro no sabía jugar, pero
lo hacía para agradar a su mujer, que siempre iba a verlo jugar, porque era el
único momento en que podía reclamarle la plata para sus dos pequeños hijos.
Terminó el partido y me reí de la broma
que hizo un pata de mi equipo. Como Ramiro estaba empinchado por haber perdido
la apuesta, creyó que me estaba burlando de él. Entonces se me acercó y nos
agarramos a trompadas. Yo le saqué la mierda. Pero al momento de que se lo
llevaban, el huevón juraba que me buscaría al día siguiente. Algunos patas se
preocuparon por su amenaza, también yo.
Hice un plan de contingencia ante esta
situación.
Pero ese plan no me duró ni un día.
A la mañana siguiente, mientras compraba
los diarios en el quiosco, mi primo Omar se me acercó y me preguntó si no sabía
lo que había pasado una hora antes. No tenía la más mínima idea y se lo dije.
Ramiro acababa de ser apresado por la policía, que lo fue a buscar a su casa, y
como supe horas después, a razón de un robo a mano armada en un grifo de San
Borja. Es lo que las voces decían, algo a lo que ya estamos acostumbrados,
porque muchos de los patas de la cuadra y alrededores están guardados por los
motivos más distintos, y en algunos casos algo cómicos, por huevones.
No veía a Ramiro hasta hace algunas horas.
Ramiro me miraba y yo también hacía lo mismo. Su rostro adusto comienza a
cambiar y se dibuja en él una sonrisa. Levanta la mano y me saluda. Yo también,
levanto la mano y le saludo.
Al llegar a la peluquería, la señora
Blanca se queja del calor. Y yo le cuento la historia de Ramiro.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal