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Me despierto y prendo la radio. Creo que
han pasado meses que no la prendo. Lo primero, y para bien, que escucho es una
clásica canción de Roy Orbison, “You Got It”, que suena ideal para esta mañana
de también de luminoso y tibio sol.
Me espera un día relativamente largo.
Desayuno. Café, jugo de naranja y
salchicha huachana.
El olor de la salchicha seduce a Onur,
que se pone a mis pies, ofreciéndome una de sus miradas más tiernas, pero no,
no le hago caso, mi falso pequinés es todo un manipulador y destructor de
calzados, aunque algo se ablanda mi corazón en los últimos bocados, porque son
tres panes con salchicha huachana que vengo devorando.
Me dirijo a mi cuarto y respondo algunos
mails, mensajes de texto e Inboxs. Nada del otro mundo. A saber, “Bolaño de
Ñaña”, ex “PB” (“Pequeña bestia”) me dice para ir el sábado a un festival
gastronómico en el Peruano Japonés, pero le digo que paso, porque llevo
esperando con ansias la frejolada que organizará “El caminante”. Si algo puedo
decir de “El caminante”, aparte de letraherido irredento, es que con pujanza se
ha convertido en un excelente frejolero, al punto que si pone un guarique, la
rompería, mereciendo la atención incluso de Anthony Bourdain. El secreto: las lonjas
de chancho en los frejoles, que potencian el potaje de este nuevo valor de la
comilona nacional.
Tomo un duchazo y me alisto para ir a la
peluquería, los cabellos de los costados me están fastidiando en las orejas, lo
cual se me hace insoportable no solo cuando escribo, sino en especial cuando
leo. Pero antes, contesto un par de llamadas, que asumiremos de importantes,
pero que en realidad lo son, porque tratan de la inauguración que mañana se
hará en el Rímac con un grupo de 17 libreros de Quilca. Si algo puedo decir de
estos libreros, es que se han sacado la mierda en estos meses de sol y de tan
salvajes trámites burocráticos. Los apoyo, y no por la confianza que me siguen
teniendo, sino por el solo hecho de que siempre me voy a considerar un librero
de Quilca.
He dejado el mundo librero y lo que
siempre recordaré de esa experiencia es que durante cinco años hice de esa
calle de excesos y bohemia mi vida, una vida diaria que a diferencia de antes
no estaba suscrita a los encuentros e interminables conversas en sus veredas y
bares. No, Quilca fue una suerte de segundo hogar en la que pude conocer a
gente perdurable. Una calle que hoy corre el riesgo de perderse tras la salida
de su emblemático Boulevard, hecho que ha motivado el regreso de los ladrones y
maleantes que ahora asaltan a plena luz del día, convirtiéndola en insegura.
Pues bien, esos libreros del Boulevard, que ahora estarán en el Rímac, no solo
rescataron una calle en lo comercial, sino que, lo más importante, rescataron
una tradición literaria y cultural, que podría desaparecer gracias al afán comercial
de Cipriani que no ha dudado en aliarse con traficantes de terrenos.
Antes de salir a que me corten el
cabello, cierro las coordinaciones de la inauguración de mañana.
Y para variar: “Bolaño de Ñaña” me
escribe, insiste en que vaya el sábado al festival gastronómico del Peruano
Japonés. Mi respuesta es no, la razón, obvia: la frejolada que organizará “El
caminante”, para ello me preparo.
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