"el niño terrible y la escritora maldita"
De los autores peruanos que han sabido
mantener una trayectoria narrativa signada por la constancia, el nombre de
Jaime Bayly es a la fecha uno de sus más conocidos representantes. Cuando nos
referimos a su poética, muchas impresiones vienen a la mente no solo de
lectores, sino también del gran público, debido a su faceta como polémico
hombre de televisión.
Por ello, se hace necesario marcar
territorio cuando hablamos del Bayly escritor y del Bayly figura mediática. No
pocas veces ambas parcelas se mezclan en una suerte de viaje lisérgico,
deviniendo en juicios de valor por demás injustos, muchos de ellos pautados por
la exageración y, muy en especial, el prejuicio.
No lo vamos a negar. Bayly ha sabido
vender como pocos sus libros, haciendo uso de su llegada en medios, poniendo en
el tapete de la discusión pública su vida personal, frivolizando incluso el
curso de su obra, que mirada como tal y que sin esta ayuda/empujón de
propaganda, bien puede valerse por sí sola. En su producción encontramos
títulos no solo llamados a abrirse paso como muy buenas novelas, sino que bien
pueden tentar una trascendencia en las siguientes generaciones, pensemos en No se lo digas a nadie, La noche es virgen, Yo amo a mi mami y Los
últimos días de La Prensa.
Claro, nos referimos también a un autor
prolífico, dueño de más de quince títulos, en los que ha imperado la novela
como género conductor. Con tantos libros es (casi) imposible mantener una media
de calidad literaria, que vimos sucumbir en la trilogía Morirás mañana y también en su incursión en la poesía con
precisamente Aquí no hay poesía.
Visto en frío, estamos ante una poética
que se nutre de la vida misma de su hacedor. Bayly no es el primero ni el
último que siga ese curso. La tradición narrativa del Siglo XX ha sido generosa
en autores que han optado por el sendero de la autorreferencialidad, pensemos,
por ejemplo, en el norteamericano Henry Miller y en sus no pocos epígonos que
han tomado por asalto la narrativa actual.
Lo que diferencia a Bayly de otros
narradores contemporáneos que han escogido la autorreferencialidad como tópico,
no solo yace en el poder de su tersura narrativa, que satisface tanto a los
lectores omnívoros como a los lectores ocasionales. Es decir, Bayly hace fácil
lo que parece difícil, logra conectar con el lector sin depender de los tópicos
que las casas editoriales usan como cebo para captar a más lectores. Pues bien,
lo cierto es que sus tópicos no serían nada sin la tersura de esa prosa por la
que se canaliza lo mejor que exhibe Bayly, y que exhibe desde siempre y con
mayor razón en estos tiempos en los que imperan la solemnidad y el aburrimiento
como garantes de la calidad literaria: el humor.
Principalmente el humor, como también la
ternura. Aspectos que nos permiten especular sobre una influencia literaria,
mayor y a la vez silente, que podríamos ubicar en los terrenos de la narrativa
de Alfredo Bryce, si es que cartografiamos la obra de Bayly en la tradición
narrativa peruana. Pues bien, humor y ternura es lo que encontramos en su
última novela El niño terrible y la
escritora maldita (Ediciones B, 2016).
Nos enfrentamos a una novela que nos acerca
a un Bayly sacudido de la furia de sus últimas entregas. Ahora, es cierto
que en esta novela encontramos no poca
furia, mas esta furia se diferencia de la anterior a cuenta del estado de
gracia por la que transita su escritura, una escritura que nos acerca a la
mejor versión de Bayly (ver líneas arriba), en la que nos topamos con su alter
ego, Jaime Baylys, un famoso presentador televisivo y escritor no menos famoso
que se ve enfrentado con su familia a razón del romance que emprende con Lucía
Santamaría, una joven que bien podría ser su hija y que sueña con convertirse
en escritora.
Más allá de los lazos existentes con la
realidad, la novela se abre paso de esta ligadura, erigiéndose como una
historia por demás independiente y, hay que decirlo, muy divertida, pese a
algunas repeticiones argumentativas y cierto abuso en el uso de las columnas
periodísticas insertadas en la novela. Si bien es cierto que El niño terrible y la escritora maldita
destaca por su fluidez narrativa, ello no nos distrae del saludo al valor del
discurso reflexivo que Bayly emplea para Baylys, un discurso que notábamos a
cuenta gotas en sus anteriores entregas, pero que en esta ocasión se muestra
maduro, premunido de nervio, el cual dota al proyecto de un aliento literario
extra y diferente que garantiza, a la postre, que sobreviva a las inevitables promociones
editoriales.
Imposible cerrar este texto sin señalar
la mezquindad de la crítica literaria local con la obra de Bayly. Puede o no
gustar su obra. Ese no es el problema. El problema es que se silencia a un
escritor a cuenta de su figura mediática. La crítica literaria local tiene que
leer libros y no personas. Por eso está como está. A saber, a manera de
aliciente para desprendernos de sentimientos menores: recordemos lo que dijo
Bolaño (antes de ser Bolaño) sobre la obra de Bayly.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal