anticuchos
Los próximos días serán, aunque sea, un
poco más tranquilos. La rata naranja y PPK pasan a la segunda vuelta.
Uno de ellos será el próximo presidente.
Obviamente, voté por el lobista PPK, porque era
el único de los candidatos que podía hacerle frente al clan Fujimori.
Claro. No dejamos de ser una vergüenza
como país.
Quince años por las huevas.
Quince años en los que no hemos forjado
un discurso que extermine en el pensamiento y en su respectiva praxis
absolutamente todo lo que significa el fujimorismo. Más bien, hemos estado
entregados al supuesto bienestar material y a las consignas ideológicas, sin
percatarnos que ese mounstruo naranja seguía vivo y alimentando su hambre de poder y venganza.
A
estas alturas es insuficiente pensar que el fujimorismo tiene un límite. No,
los gobiernos de derecha e izquierdas se han encargado de alimentar esa atroz
realidad, enfocados en el cumplimiento de principios estratégicos, sin
enfocarse en el problema central: la desigualdad social.
Por ello, con una derecha inculta y una
izquierda demagoga, el patriarca ha visto fortalecida su imagen en los últimos
años. Tenemos pues la derecha e izquierdas que requiere el fujimorismo para
regresar al poder. Así de cagados estamos.
Creímos que bastaba y sobraba con las
consignas, mas no ha sido así. Y a los resultados me remito. Somos testigos de
una derecha entregada al clientelismo y el lobby, a la apuesta salvaje por la
inversión extranjera que no respeta derechos laborales esenciales y alocada por
la explotación de los recursos naturales sin la vigilancia estatal. Ni hablar
de las izquierdas, demagogas e hipócritas, cuya High Class racista no toma en cuenta el sentir de sus compañeros de
provincia a menos que sí tengan dinero y buenos contactos, izquierdas a las que
no les importó apoyar en la campaña presidencial del 2011 a un sospechoso violador de derechos humanos.
Esas mismas izquierdas que ahora izaron la bandera de la decencia por Veronika
Mendoza, sin tener en cuenta la gravedad de sus vínculos con la dictadura
izquierdista de Venezuela (a lo mejor me estoy hueveando y solo vale señalar a
las dictaduras de derecha), que en lo personal me tenía sin cuidado (más de un
izquierdista se orina de miedo si tiene que deslindar de Chávez); sin embargo, no
dudo en calificarla de “Chavista” por la manera, para algunos lamentable, y
para mí condenable/execrable, en la que se refirió a los presos políticos de
Chávez y Maduro, razón más que suficiente para sindicarla como la topo chavista
a la que le vale madre que se mate, torture, viole y encarcele a los que sí
luchan por recuperar la democracia en el vecino país.
Para un creyente de la democracia, el
respeto a la vida y a la libertad de expresión es crucial. Está fuera de debate y discusión. Si paso de estos dos
aspectos, puedo ser cualquier huevada, menos un demócrata. Así es la nuez.
Pero no, la consigna para las izquierdas era
apoyar a Verónika como la más decente. Es decir, las izquierdas a lo bestia al
poder, a saber, el plan económico que le estalló en la cara a Verónika cuando Toledo le
preguntó, en el debate, de dónde conseguiría los recursos que canalizarían los
profundos cambios que proponía para el país, respondiendo cojudez y media la
candidata de la decencia.
Esa es nuestra realidad: nos tocará
votar por un lobista para impedir la llegada de la rata naranja a la
presidencia.
Y para ello, se necesitará de la
reciprocidad de las izquierdas, que en el 2011 nos obligaron a votar por un
sospechoso violador de derechos humanos para impedir que la hija del dictador se
siente en el trono de Palacio. Ahora las izquierdas tienen que practicar la
reciprocidad. La reciprocidad no cuesta mucho, solo el valor de una bolsa de
papel para el inminente vómito.
La historia es cíclica, se repite.
En 1990 Fujimori venció a Vargas Llosa
con el apoyo de las izquierdas, de ellas depende que no vuelva el Fujimorismo
este 2016.
Nos vemos en las marchas, señores.
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