sábado, abril 23, 2016

influencias / conceptos

Lamentamos la muerte de David Bowie el pasado 10 de enero. Sin duda, el inglés fue uno de los artistas más polifacéticos de nuestro tiempo, a las pruebas nos remitimos, y basta una mirada somera a su obra para darnos cuenta de que nos podríamos quedar muy cortos al tratar de calificarlo. Es que eso era Bowie, un camaleón del arte, una serpiente que mudaba de piel cuando asimilaba un nuevo discurso creativo, sin importarle el “divorcio” que pudiera existir en las parcelas artísticas que incursionaba. Ese era su detalle, pasar por alto el “divorcio” para enfocarse en la integración de los canales expresivos que le interesaban. Obviamente, la mayoría nos quedaremos por siempre con el Bowie músico, ese Bowie que fue cambiando de estilos e imagen a lo largo de poco más de cuatro décadas, ese Bowie que se convirtió en la luz y sombra de generaciones de jóvenes que no encontraban su lugar en el mundo y que gracias a su música pudo encontrarse, o por lo menos saber cuál era su lugar en el mundo, sabiendo que (tan) solos no estaban, pues había alguien que les cantaba y no necesariamente en canales encriptados, sino que lo hacía abiertamente, muy ajeno a la pertenencia de gueto alguno de conocedores.
Tampoco pasemos por alto su grado de influencia.
En este punto hay que ser justos. Y por más exagerada que parezca la exageración, una verdad se impone a cuenta de los hechos: no podríamos entender la música rock/pop de hoy y sus inevitables variantes sino observamos con detenimiento su magisterio.
Así es, el magisterio Bowie.
A saber, uno de tantos: sin esta escuela ni el punk rock, ni el post-punk, no tendrían uno de sus álbumes emblemas, hasta carecerían de semilla. El álbum, de esos capaces de cimentar convicciones, sin cuya existencia otra sería la historia del pr y el pp, sin duda. Nos referimos a The Idiot de Iggy Pop. Maravilla de álbum en la que Bowie sí tuvo injerencia capital. No especularemos en los grados de hechura, en si es más Bowie o más Pop, pero basta apreciar el álbum no solo en sus nuevos aires no escuchados antes en Iggy, como en las letras de los temas que nos transmiten otra sensación no ubicada antes en la poética del frenético cantante.
Bowie generó muchos hijos musicales.
Pero Bowie no solo era música.
Bowie era un crisol de creación en sí mismo. Más una actitud. Es decir, una consecuencia.
De sus hijos musicales, quizá el más parricida: Prince, que acaba de fallecer hace algunas horas.
No deja de llamar nuestra atención que dos de los músicos en los que no solo veíamos/admirábamos un tácito talento, sino una actitud coherente, nos hayan dejado en tan pocos meses, en el mismo 2016, que para no pocos ya se nos antoja de fatídico.
Prince fue un parricida musical. Bowie no solo fue el único en su parcela de influencias. El norteamericano se nutrió de todos los géneros musicales con los que creció, pensemos en el rock, el jazz, el blues, el folk y la música de cámara. Si tuviéramos que calificar la poética de Prince, esta sería la misma del inglés: la integración.
El autor de “Purple Rain” agotaba hasta secar cada uno de estos géneros musicales asimilados en la infancia y adolescencia, los agotaba para luego crear una música que hacía gala de su sello en alto relieve. Prince sonaba a todo, pero especialmente sonaba a Prince. A esto sumemos su destreza natural para ejecutar los instrumentos musicales. No por nada, era considerado como uno de los mayores instrumentistas de todos los tiempos. Hasta su fisonomía era la adecuada, entre plástica y tiesa, por ello, los instrumentos no eran más que una extensión de su cuerpo.
Pudo hacer una carrera mucho más comercial de la que fue. Pudo ser el músico-icono con lo que más de uno sueña ser, pero no. Prince hizo llorar y bailar a muchísimos de sus seguidores, mas nunca por los senderos del facilismo. Sus temas eran Hits sin ser Hits, se convertían en algo más, ligados a una transmisión/sensación que recorría por la sangre hasta arribar a la mente, o sea, una mágica trascendencia que solo percibimos en los que nacieron para quedar, y vaya que Prince quedó, convirtiéndose en una leyenda viva.
Si un lazo comparten Bowie y Prince, aparte de la actitud, aparte de no haber hipotecado su arte y música en la industria, hipoteca de la que no se ha salvado ni el más purista, esa ligadura es una sola: el concepto de sus influencias. 
Bowie y Prince. Ajá: esponjas que lo absorbieron absolutamente todo. Carnívoros y salvajes de la estética musical que supieron forjar conceptos que los podemos hallar en cada una de sus producciones. No solo encontrábamos en ellas fuerza y nervio, sino ante todo un canal que las justificaba y sobrevivía. Por eso, sus flujos creativos eran espaciados, se tomaban su tiempo, tanto para encontrar la tonalidad y armonía, la fuerza cuasi ventral de sus letras, pero sobre todo ese tiempo era invertido en forjar y reforzar un concepto, sea musical, o en todo caso, un concepto a manera de manifiesto, es decir, una declaración de principios que solo los genuinos creadores se pueden permitir para diferenciarse con la coherencia que requiere una postura política, por ello moral.



Publicado en Blog Sur

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