"new order, joy division y yo"
Hagámonos esta pregunta: ¿tenemos idea
alguna de un grupo/banda con proyección que haya sobrevivido a la muerte de su
cantante principal? Lo más probable es que la repuesta sea negativa y en ello
tendrá mucho que ver la inmediatez por brindar una fugaz respuesta, con mayor
razón cuando no se quiere quedar como un mero ignorante, o en el último de los
casos, como todo un desinformado. Lo cierto es que la historia del rock se
ramifica cada día más, al punto que a más se ha formulado una pregunta
aplastante: ¿habrá un suicida que se considere especialista en la historia del
rock como tal?
De los libros leídos sobre la historia
del rock, y por muy bien que hayan sido escritos, siempre quedamos con la
sensación de que la lectura no logró colmar las expectativas. Cosa distinta
ocurre con los libros sobre rock que abordan periodos específicos, del mismo
modo con los que repasan la historia de grupos y de cantantes, sumemos las biografías
y, tal y como viene ocurriendo desde hace ya un tiempo, las memorias. En estas
pequeñas parcelas sí podemos ingresar a un concepto más abierto y sustentado.
Al menos este método es el que más se adecua a la realización y éxito de
proyectos narrativos que brinden más luces, aunque sea en teleobjetivo, de
determinados sucesos y protagonistas esenciales en la historia del rock.
Abundan las biografías, ensayos y
estudios sobre cantantes y bandas, varios de ellos genuinas biblias. En estos
momentos, escogiendo ejemplos al azar, pensamos en la más completa biografía de
Elvis Presley Último tren a Memphis /
Amores que matan de Peter Guralnick;
en los ensayos de Simon Reynolds, quizá el pensador que no solo mejor analiza
el rock, sino quien mejor escribe de él; en las memorias de Bob Dylan; y cómo
pasar por alto la labor monumental de Mariano Muniesa, cuyos ensayos y
artículos vienen signados por el sello de agua de la erudición y la pasión que
le despierta precisamente el rock; y en el ámbito local, a manera de salto de garrocha,
destacan la difusión de Pedro Cornejo y su inhallable Alta tensión y, por supuesto, la biblia del rock peruano, Demoler, de Carlos Torres Rotondo. Es
decir, el enfoque en los cotos, y en sus respectivas variables temáticas, ha
permitido la aparición de discursos que han funcionado mejor que cuando se ha
visto al rock en conjunto. Tampoco pasemos por alto el aporte del cine, rico en
biopics e híbridos como 24 Hour Party
People de Michael Winterbottom, si es que nos ceñimos a una indiscutible muestra
de los últimos años.
Sin duda, de la variedad de registros,
las memorias han sido las preferidas para sus protagonistas. Al parecer, este
es el formato que a no pocos les permite asegurarse en las parcelas de la
perdurabilidad, como una extensión de la legitimidad lograda en la trayectoria
musical.
Pues bien, se colige que cualquiera no
puede lanzarse a la escritura de memorias, es decir, una memoria que ponga en
orden lo vivido y lo que se pudo vivir. Hay memorias, y son muchas, que
obedecen a la orden del mito desgastado, que abusa y eleva exponencialmente lo
ya documentado, ejemplo: Vida de Keith Richards, que solo nos introduce en
el túnel por el que fluyen litros de alcohol y cocaína, sin ofrecernos mayores
aportes de lo que significó ser parte de la legendaria banda a la que pertenece.
La escritura de memorias es el medio soñado,
a lo mejor el fin, de todo músico de relevancia. Pero por ser soñado, no quiere
decir que su desarrollo sea fácil. Las memorias requieren de una gran dosis de
honestidad, pero ante todo de ambición, de creérsela para sustentar la leyenda,
en pos de la justificación de los mitos los orales que se ciernen sobre bandas
o cantantes que han marcado una era y cuyos ecos aún pueden sentirse en los
registros musicales que se practican a la fecha. En este sentido, las memorias
de Bernard Sumner no solo están a la altura no solo de sus seguidores, sino
también de todo aquel interesado en un periodo clave en la historia del rock.
New
Order, Joy Division y yo (Sexto Piso,
2015) vendría a ser la trastienda de los grandes sucesos que signaron el
devenir del punk y el wave, o la sal que nos permite disfrutar del sabor de una
época dorada en talento, tragedia y exceso, inscrita, en principio, en un
contexto político y económico, y que rescata para su reflexión la sensibilidad
de una generación que ha gozado de la mala prensa que la calificó como la
generación del nihilismo-drogo. Pero ante todo, la presente publicación es el
testimonio visceral de Bernard Sumner, que nos ofrece su legado sin guardarse
nada, característica que la podemos ver desde sus primeras páginas cuando nos
habla de la relación con su madre paralítica, hecho que no solo marcaría su
niñez y adolescencia, sino también la música que emprendería con Peter Hook y,
posteriormente, con Ian Curtis, de quien nos dice, y haciendo hincapié en más
de un tramo, que no era en absoluto el hombre deprimido y atribulado que la
leyenda nos quiere seguir vendiendo para reforzar aún más el aura de oscuridad
presente en los dos primeros álbumes de Joy Division. Curtis era un joven
alegre, leía mucho y no hacía gala de su cultura libresca, además, su sueño era
tener una librería de viejo en Manchester, pero a Curtis se le descubre la
epilepsia, que a la postre fue su fin a causa de los medicamentos que debía
tomar para controlarla. Al respecto, resulta reveladora la transcripción de la
grabación de la sesión de hipnosis a la que somete Sumner a Curtis dos semanas
antes de su suicidio.
Sumner no se refocila en la dependencia
creativa de la banda con Curtis, por el contrario, destruye ese mito para
enfocarse en la poética de la banda como conjunto, en la cada integrante era
una sensibilidad creadora que sumaba. El guitarrista no rehúye de los problemas
personales que cargaría desde entonces con el bajista Peter Hook, a quien
califica de “Mr. Ego”. Empero, estos problemas no impidieron que la banda siga
produciendo, incluso en el proceso de cambio obligado, en el cual la banda optó
por llamarse New Order. En todo momento, Sumner huye de la indulgencia. La
autocrítica reina en cada una de estas páginas, pero el autor es muy cuidadoso
en no caer en la exposición gratuita de atrocidades.
Sumner no quiere cometer los errores de
otros, por ello, cada anécdota o perfil al paso, como los de Tony Wilson,
Martin Hannet, Rob Gretton, Johnny Marr y demás, viene precedido por un respeto
a la trayectoria, un mirada seria a la tradición musical que representan. Y lo
hace muy bien, sin caer en la solemnidad, siendo irónico en más de un trecho. No
es poca cosa, en todo momento Sumner cruza por el borde invisible de la barrera
que divide la trascendencia del chisme de pasquín. Nuestro autor no solo se asume
como uno de los artífices de un proyecto musical que resistió y triunfó, sino
que se asume como un privilegiado protagonista de un periodo de la historia de
la música del siglo pasado.
En ese maravilloso juego de novela y
biografía, inclasificable en verdad, de Max Aub, Jusep Torres Campalans, somos partícipes de una sentencia que nos
ayudaría a entender un poco más estas imprescindibles memorias: “vender es
venderse”. Si algo más, algo importante y excluyente, podemos decir de Sumner,
un detalle que sobrevivirá en estas memorias que han asegurado su espacio en el
gran futuro, es que ha sido un artista íntegro, leal a sí mismo como creador.
Ya sea en su etapa gris y reflexiva en Joy Division, como en la era más “alegre”
en New Order, nunca se dejó vencer ni tentar por el poderío de la industria
discográfica que en más de una ocasión le sugirió flexibilizar la propuesta de la
banda para captar y aprovechar la sensibilidad de las nuevas generaciones. Sus
seguidores ahora lo saben: Joy Division y New Order no son un producto. Son un
sentimiento. He allí la epifánica respuesta a la pregunta con la que empezamos
este texto.
1 Comentarios:
Recomiendo la autobiografía de Eric Clapton, brutalmente honesta
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