un director comprometido
No hay nada mejor que enterarse en una
noche de domingo, luego de la posible debacle que sufra el país en las urnas
dentro de unos días, de una noticia que, definitivamente, alegrará a todos los
cinéfilos, a todos aquellos convencidos de que el cine es un arte integral que
va mucho más allá del fin comercial pautado por el entretenimiento.
No lo pensemos más, sí hay mucho que
celebrar: el director británico Ken Loach acaba de ganar La Palma de Oro de la
última edición del Festival de Cannes por su película I, Daniel Blake.
Obviamente, no hemos visto esta
película, pero no pasará demasiado tiempo para hacerlo. Mientras tanto, sepamos
quién es Loach, al menos de qué está hecho este hombre que dirige y filma, cosa
que tienen una idea quienes recién estén comenzando a forjar una cultura
cinéfila, cultura placentera en todo sentido, pero no por ello, no menos
difícil de cimentarla.
Son pocos los directores capaces de
oxigenar el cine hoy en día. Son muchos los que se encandilan por las formas,
por las nuevas vías tecnológicas que permiten que la realización de películas
no necesariamente dependan de siderales cantidades de dinero, tal y como
ocurría hasta hace no más de veinte años. Hoy en día, con mucha voluntad y, sin
duda, trabajo y talento, se puede hacer una película aceptable en términos de soporte.
Prueba de ello es la proliferación de importantes festivales de cine en el
mundo. Ese es pues el gran aporte de la tecnología, ha permitido que el cine se
democratice, la “posibilidad de filmar está”, y solo falta la voluntad, empero,
por más facilidades que brinde la tecnología, el camino sigue siendo duro y hay
que recorrerlo si es que el cine es lo tuyo.
Desde sus inicios como cineasta, Loach
no ha sido nada ajeno al discurso político, sus años de formación estaban
signados por la influencia de los Angry Young Men ingleses, movimiento político
literario que tuvo como referentes a narradores como Kingsley Amis (el padre de
Martin) y Alan Sillitoe. Este movimiento rompió fuegos en la década del
cincuenta, pero el discurso y su respectiva propuesta cayeron en un relativo
olvido a partir de los sesentas. Sin embargo, no había estudiante o artista que
no alimentara su indignación, a razón un sistema que empobrecía más a los
pobres, por medio del legado discursivo de los AYM. Loach era uno de esos
jóvenes indignados, su sensibilidad hacia lo que veía no era ajena a su
inquietud creativa. Esta postura política, que algunos críticos calificaban de “rabiosa”,
se reforzó en discurso y consecuencia en los años ochenta, en pleno mandato de
Margaret Thatcher, llevando al límite su propuesta. Para aquel entonces, su
poética cinematográfica venía con la marca de agua del cine político, pero en
esa década ochentera de crecimiento a costa de la clase media, motivó que su
cine sea más de denuncia de lo que ya era, más visceral en propuesta,
alejándose del sentido metafórico de la narración, para hacer de la narración
un canal premunido de tersura al servicio del mensaje, pero sin dejar el
componente estético, que a fin de cuentas es el componente que sostiene toda
obra de arte, y eso, mejor que nadie, lo sabía y sabe Loach.
Se dice, y bajo atendibles y justas
razones, que los discursos políticos e ideológicos no deben elevar el proyecto
de una obra de arte, y en este sentido, no se salva ninguna parcela creativa.
Pero siempre nos topamos con casos únicos, en los que no solo el afán de
denuncia va de la mano con el logro estético. Pensemos en los iraníes Jafar
Panahi y Abbas Kierostami, revolucionarios cuyas películas vienen estimulando a
los nuevos y experimentados directores del mundo. En esa onda, pero mucho más agresivo,
ubicamos a Loach, con películas que son un muestrario no solo de su espíritu
denunciante, sino también de compromiso con las causas que defiende. Del mismo
modo, en la manera de filmar, accedemos a una intención de carácter documental,
abocado en una apuesta por el realismo, filmando en el límite de los géneros,
hallando y potenciando los nervios de los contextos, de las tramas y los de sus
personajes.
Además, no es la primera vez que se
reconoce su trabajo. En 2006 se le otorgó el mismo premio de hoy por The Wind That Shakes The Barley y en su
haber figuran varios premios del jurado del mentado certamen. ¿Qué nos dice
esto? Primero, y lo que importa: que no solo es uno de los más grandes
directores del cine de hoy, sino también uno que no nunca ha transigido en su
compromiso, ni se ha dejado tentar por un ablandamiento de su discurso
Trotskista. En otras palabras, escribir/hablar de Loach es referirnos a un
director que ha llevado durante toda su trayectoria, y patentizada en sus
películas y documentales, un compromiso político, enfocado en los oprobios de
los hombres y mujeres más débiles, y alzando la voz a favor de las clases
sociales carcomidas por el dictatorial sistema neoliberal imperante. Prueba de
su poética, la podemos encontrar en su subliminal e iluminador libro Desafiar el relato de los poderosos, una
suerte de biografía política de su cine. Agrio por momentos, pero ante todo
ofreciendo soluciones a los nuevos cineastas. Estas soluciones nos reflejan
también la esperanza de Loach en la formación de un cine político, aquel que
nunca deje de testimoniar con crudeza y realidad el oprobio del hombre en el
mundo de hoy. Al respecto, son suculentas las páginas en las que nos transmite
la idea de encontrar una estética que madure en contextos que en apariencia
niegan toda clase de crítica y señalamiento, por ello, no solo nos habla de una
postura política, sino que en base a esta se puede llevar armar un método de
trabajo que le saque provecho, a manera de identidad creativa, al uso de la
cámara, a saber.
Como se indicó líneas arriba. Los
cinéfilos deben estar más que satisfechos. La obra de Loach es una consistente luz
en pos de un cine que ahora más que nunca debe producir más, no cejar, y en
especial, esta Palma de Oro es un reconocimiento a la coherencia artística. Al
menos este año, el Cannes se ha salvado del bochorno. No ha sido nada bueno, más
bien ha sido muy irregular según la crítica, pero por el momento eso no
importa, lo que interesa en verdad es aplaudir de pie a Loach.
¿Cómo? Pues viendo/descubriendo, o
volviendo a ver/descubrir sus películas y series, que, felizmente para los
cinéfilos limeños, no son difíciles de encontrar.
…
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