la marcha
No sé cuánta gente fue a la marcha de ayer
martes.
No partí con la marcha, la alcancé en la
Plaza Grau, adonde llegué caminando luego de bajarme del taxi que quedó
atascado en el cruce de Gálvez con García Naranjo. Sabía que la marcha comenzó
con algunos retrasos, así que no iba a perderme un gran trecho de su recorrido.
Llamé a unos amigos y no los pude escuchar a causa de la bulla. No me hice
problemas. Ingresé al grifo, el mismo de hace unos días atrás, y esperé la llegada
de la marcha bebiendo un Espresso que estaba, en verdad, muy bueno.
Los gritos de protesta se dejaban
sentir, la tierra temblaba, algo me decía que iba a haber más gente que la
primera vez. Y así fue, las banderolas se veían de lejos y eran interminables.
Cuando ingresé a la misma marcha, tuve un par de sorpresas. A menos de cinco
metros, la ex candidata Verónika Mendoza. Casi me acerco para preguntarle por
los presos políticos de Venezuela. Pero no era el momento de hacerlo, los
intereses eran otros. La deje ir e imagino que saldré en más de una foto porque
los flashes me significaron verdaderos fogonazos, de los que atontan. Pero al
rato, me pasa la voz una amiga, que no veía en años. Carmen estaba con una
amiga de su trabajo. No sabía nada de ella a no ser por unos cuantos
intercambios de Inbox. Eso es lo que también tienen las marchas, esa
posibilidad de reunir y reencontrar a la gente.
Subimos por Grau y volteamos por
Abancay. De cuando en cuando miraba atrás, las banderolas parecían pájaros
felices volando a muy baja altura. Cuando prendí un cigarro, una señora, que
junto a su esposo caminaba a mi lado, me pidió que fumara lejos de la marcha.
La petición me pareció ridícula, pero no me hice problemas, me abrí más al costado
y fumé al paso de los policías. Luego volví. Ya estábamos por llegar a la Plaza
San Martín. Es allí que recién comienzo a encontrarme con mis patas y a ver más
de un conocido. Algunos me saludaban y
otros no. Muchos, por no decir todos, se tomaban selfies, infaltables en estas jornadas de jubilosa indignación.
Infaltables, también, los patitas que van a estas marchas para ver culos, lo
cual no tiene nada de malo, pero lo malo de estos hormonales es que se
desconcentran de la marcha y terminan destacando bondades carnales ajenas al
motivo de la marcha.
Muy cerca del Hotel Bolívar me encuentro
con DK. Él había llegado a la plaza cuando la marcha ya había salido y como no
sabía la ruta, estuvo haciendo hora por Quilca y Camaná, en donde se compró una
reciente edición de Etiqueta Negra. La noche recién estaba en su punto alto,
los gritos y cánticos reflejaban la posición, el símbolo, el descontento de una
importante población de peruanos que no desean la vuelta del fujimorismo, el
regreso del régimen más corrupto de nuestra historia, que mató, violó, asesinó,
robó y, que además, esterilizó a miles de mujeres del interior del país. Bien
sabemos me estoy quedando chico en la apreciación.
Así es, decenas de miles de personas.
Más de cien mil puntas pensantes y comprometidas con el país.
La jornada se clausuró en la Plaza Dos
de Mayo. Hablaron los que tenían que hablar. Los gritos de victoria resonaban
en la plaza en donde se ubica la confederación fundada por Mariátegui.
A no menos de media cuadra de la plaza,
hay una callecita que conozco y que, pese a los años, no sé su nombre. En esa
callecita está el paradero de las combis y taxis colectivo hacia Ventanilla.
Frente a la fila de estos autos, un Mercedes negro, acharalado, de lunas
polarizadas. En su interior, y comiendo un rico pan huevo comprado de la
carretilla de la esquina, Barnechea morfaba y saboreaba su pan con huevo, más
su infaltable frejolito chino, preguntándose si era dable o no apoyar en PPK, o
en todo caso, salir del Meche y picarla hasta el estrado de la plaza y subir a
tomar la palabra, porque el animador del evento había dicho que quien quiera
hablar, que se acerque, suba y hable.
1 Comentarios:
Preocúpate más por los presos políticos de aquí, que los hay. El chavismo es impresentable, no hay duda en ello, pero el Perú tiene más casos abiertos ante la CIDH que la propia Venezuela.
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