domingo, septiembre 04, 2016

522

A diferencia del domingo anterior, este domingo se presenta gris y frío. Me desperté a las 11 de la mañana y me preparé un jugo de plátano con leche. Luego del duchazo me puse manos a la obra, tres textos de relativa extensión se me han juntado y no debo tener ninguno de ellos antes del miércoles, entonces, me ausento de la vida y de toda clase de distracciones, pero esa idea inicial me es imposible sacarla adelante, porque me he dado cuenta de que no puedo permanecer ajeno a lo que ocurre en el mundo exterior. Siempre, ya sea por las razones que fueran, aparecen mensajes o llamadas que pintan de novedad los días por venir. Solo mantengo abierta una ventana de comunicación, atento a los posibles mensajes de importancia, pese a que no dejan de aparecer saludos y consultas de toda índole, que no contesto sin el más mínimo cargo de conciencia.
Uno de los textos va sobre la poesía peruana escrita y publicada a inicios de los noventa. Mientras avanzaba los primeros párrafos, recordé que semanas atrás había ordenado mi estudio y encontrado el primer número de la revista Killka Blues, de octubre de 1995. Y fui tras esa revista de la que olvidé dónde la había guardado. Entonces me sumergí en la sección donde guardo las revistas literarias y su hallazgo tardó media hora, que al final, imagino, valió la pena porque lo asumí como si tuviera el catálogo de un museo de arqueología poética local.
Me encuentro ante una suerte de antología no necesariamente generacional, porque en ella encontramos poemas de Juan Ramírez Ruiz, Jorge Pimentel, Domingo de Ramos, Roger Santiváñez, que compartieron páginas con los entonces jóvenes Ildefonso, Coral, De Lima, Oliva, Pancorvo, Willy Gómez, Piñeiro, Teófilo Gutiérrez… De los jóvenes de ese decenio, más de uno se ha asentado como una voz referencial, otros aún siguen bregando, insistiendo en llamarse ellos mismos poetas, pero más allá de los logros y fracasos que signaron sus respetivas trayectorias, no pocos de sus poemas reflejaban los ejes temáticos que recorrerían tanto en poemarios y en incursiones narrativas, pienso pues en lo hecho por Ildefonso, Coral  y Pancorvo.
Pero lo que sí me sorprendió de este primer número (quizá también el último, averiguaré al respecto) de KB, fue el poema sin título de Julia Ferrer, fallecida a los 70 años, en febrero de ese lejano 1995. Ferrer, la de mayor edad en este encuentro de voces jóvenes y consagradas, se desempeñó en vida como dramaturga y actriz, mujer a la que más de uno llamó “La mujer fuego”. De cuando en cuando escucho hablar de ella en los bares, en boca de los que saben, me sorprende que las recientes camadas de lectores de poesía peruana no la ubiquen, pero bueno, ese es otro tema, del que ya escribiré próximamente.
Aquí lo de Ferrer:

“Cuánto de piel nos queda
de traidora piel y sutil consejera
si nos volvemos a respirar
gocémonos
vamos a estar muertos tanto tiempo
la cita es pospuesta
para cuántos milenios
ojalá en la próxima nos encontremos
hasta la próxima
no amor
no mío
estiraré mi piel hasta poder encontrarnos
no moriré jamás
te lo prometo
velaré reposando en los árboles
brillando en las luciérnagas
vivas imágenes de estrellas
cantaré cantando
en el pecho del ave
más sonora
no amor
no mío
te he dejado correr
a río abierto
porque no me lleves mutilé
mis alas
para soñarte mejor duendeamormío
velaré velaré por siglos
gocémonos
vamos a estar muertos 
tanto tiempo”

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