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Hago memoria, pero un acto de memoria de
pocos días: ¿cuántas veces he intentado ver Black
Mirror y he pasado de la serie a sus diez minutos? Aunque podría reforzar
la pregunta: ¿cuántas amistades me han pedido que le de una oportunidad a esta
serie que refleja la desazón existencial y la dependencia que vivimos por la
aprobación de los demás, características ineludibles del mundo de hoy? Ajá, así
va esta segunda pregunta, en aura de filosofía virtual y canalizada en
autocrítica profunda.
O pienso también en El hombre sin atributos de Musil, si es que sigo esa lógica de que
hay libros que se deben leer a una determinada edad, al amparo de una madurez
emocional, como señalaba Ribeyro. Pero llegar a esa analogía es demasiado,
mucho para Black Mirror, con la que
sencillamente no conecto y no es pecado no conectar, seguramente apreciaré esta
serie de aquí en unos meses, cuando baje la fiebre BM, porque ese parece ser el destino de mi vida, llegar tarde a la
fiesta y escuchar la música mientras camino sobre cuerpos dopados por el
alcohol.
Me desperté hace un rato, algo cansado
porque ayer viernes fue un día relativamente agitado. Aunque ya venía agitado
toda la semana, pero el jueves en la noche me piden que vaya a la librería el
viernes, golpe de 2 de la tarde, puesto que se haría un microondas con Radio
Nacional. Acepté estar en el microondas sin saber las consecuencias físicas que
esa gracia traería para mí. No me percaté que en estos días el sol estaba en su
punto y si hay algo que más detesto, es salir a la calle en plena ebullición
del sol, pero ya había aceptado, así es que me dirigí al Virrey de Lima para
hablar durante la transmisión. Me colocaron unos audífonos y hablaba, como de
la tradición de la librería, pero cuando los periodistas me preguntaron por los
libreros, sí me pareció hacer una que otra salvedad: diferenciar al librero del
vendedor, es decir, todo vendedor de libros al que le guste su chamba debe aspirar
a ser un librero. No lo niego, mientras respondía, como si una estela paralela
saliera de mi cabeza, pensaba también en las mediocridades de dos patas, que se hacen llamar libreros, como el famoso “Librerobestia”,
de rostro asustado y voz meliflua, que estuvo en la pasada edición de la feria
RP.
Como en estos días he estado leyendo
cosas sobre libreros, entre lo leído, dos novelas en sí muy divertidas, algo podría
hacerse al respecto. A saber: escribir sobre las aventuras libreras que seducirían
a cualquier epígono de Ed Wood, pero estas aventuras no solo podrían ser plasmadas
en el registro literario, también en la dramaturgia, el cine. Me imagino un mediometraje
de Leonidas Zegarra, con personajes inspirados en “Librerobestia”, los Stupi
Babies… Material hay, y de sobra. Por ejemplo, un título tentativo para el
mediometraje: Stupi Babies Against the
World, o también Los Stupi Babies y la última cruzada,
historia basada en un hecho confluyente, y como tal real (surreal): el robo de
un container de libros de Paulo Coelho.
No, no te rías. Los
Stupi Babies habitan en una dimensión extraña a la humana. Son la cagá.
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