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Un integrante de los Zepita Boys, DK, me
pasó ayer sábado un enlace sobre la salud del escritor mexicano Sergio Pitol. Leí
lo que debía de la nota y pensé en lo terrible que viene siendo este 2016,
llevándose a los mejores, a los maestros.
En la noche me puse a releer uno de los
libros que más me gustan del mexicano, El
mago de Viena, que junto a El Viaje
y El arte de la fuga (obra maestra/libro
sensacional), dan vida a lo que el autor ha llamado Trilogía de la memoria. Libros/Libro que no me cansaré de
recomendar, puesto que canalizan el ánimo hacia lo que en verdad debe importar
en la literatura, en su cimiente, que no es otra cosa que la pasión por la
lectura. En su mezcla de registros como el diario, el ensayo y la crónica,
Pitol hace gala de una sabiduría generosa, que contagia, que invita a revisitar
los autores y títulos de los que escribe.
Amor por la lectura, amor por la vida,
con lo que podamos entender por la palabra amor, alejada de su remanido
idealismo, centrada en su relación con la batalla, o la épica personal. En
otras palabras, energía y signo en función del placer de la lectura, lo que
precisamente nos ofrece el autor mexicano, y por ese solo ofrecimiento, ese
gesto de desprendimiento, basta y sobra para asumirlo como uno de los más
grandes maestros de la literatura como tal, sin suscribirlo a tradiciones
geográficas. Entonces, picaba y releía frases de EMV, y recordaba en qué momento, o cómo fue que llegué a saber de
Pitol, en boca de quién lo escuché por primera vez, pero al cabo de un par de
cuartos de hora, tiré la toalla, no valía la pena saber cómo fue que llegué a
él, lo importante es que estos tres libros suyos me bastan y me sobran.
Cerca de las seis de la mañana, cojo el
celular y reviso las noticias sobre Pitol. Más de una dice que ya se está
recuperando y bajo esa noticia sigo releyendo EMV. Leer cualquier título de Trilogía
de la memoria es hacerse un gran favor.
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