viernes, noviembre 18, 2016

resistido pero admirado



Pese a su brevedad, he disfrutado mucho con la relectura de Leer y escribir (2001), de V. S. Naipaul, escritor británico, de origen trinitense-hindú y Premio Nobel de Literatura 2001.
Volví a acercarme a estas páginas con la firme intención de cerciorarme cuánto habían envejecido o cuán vigentes se mantenían.
No es que no guste de la narrativa de Naipaul. Por el contrario, sus novelas me siguen pareciendo fenomenales y, al menos para mí, es uno de los mayores exponentes de la historia de la tradición narrativa de aquello que se llama compleja sencillez.
Para conocer a este genial letraherido, no es necesario adentrarse en La sombra de Naipaul de Theroux. Aunque si deseas hacerlo, adelante, puesto que se trata de un libro no solo muy bien escrito, sino también revelador en lo que puede serlo. Sin embargo, bastaría picar una que otra entrevista en la red para saber que este Nobel sufre de egotitis, como Fernando Vallejo; de patanería, a lo Philip Roth; más una suerte de tendencia a la malhabladuría en cuanto a mujeres.
Es que valgan verdades. Naipaul es un grande entre grandes de la literatura contemporánea. Pero como ser humano me sigue resultando demasiado insoportable. Sin embargo, acepto este prejuicio, durante mucho tiempo creí que ese librito de Naipaul era un catálogo yoísta. Y sé que esta impresión la tenía a razón de lo mucho que aún seguía resistiendo a Naipaul fuera de la parcela de mi admiración: su ficción. No obstante, y pese a los reparos con Leer y escribir, nunca he dejado de reconocer que se trata de una de las radiografías literarias más contundentes sobre la construcción de la biografía literaria: el estilo.
Debido a un par de gestiones que tuve que hacer en los últimos días, salí, no sin antes buscar en mi desordenada biblioteca mi ejemplar de Leer y escribir, su brevedad era ideal para los papeleos que tenía que cerrar horas antes de que empezara el feriado largo.
Pues bien, fue una hora y media de lectura, o mejor dicho, de lectura de intensa felicidad. Más otra hora de relectura lenta y profunda, e igual que durante la hora y media inicial, en intensa felicidad. Como lo demuestra en sus novelas, no esperemos de Naipaul ejemplos de pirotecnia verbal, característica que jamás le interesó como escritor de ficción y menos lo sería en asuntos en los que tendría que hablar de sí mismo.
El autor divide su texto en dos secciones (Leer y escribir y El escritor y la India), en donde impera la honestidad, no solo intelectual, sino también sobre su procedencia de clase. Estamos, pues, ante un registro del nacimiento de una poética, signada por una permanente búsqueda, no en pos del estilo (aspecto que lo tenía muy bien definido desde el momento que quiso ser escritor, es decir, Naipaul se asumía como “tocado” por las divinidades, que no era necesario incidir en lo que otros grandes escritores como él si han incidido, pero estas páginas, felizmente, superan sus altanerías, porque también son la historia de su estilo), sino del tema, del pulso que lo guiaría y justificaría a lo largo de su trayectoria: la oralidad hindú canalizada en el registro occidental. Al respecto, percibo una posible mezquindad, pero no del todo flagrante, ya que en base a esta ha forjado un incorruptible monumento literario (por cierto: no pocos críticos serios califican a Naipaul como el mayor escritor vivo del planeta). Y lo sugiere en más de una oportunidad: que la literatura hindú nace con su obra. En fin, en realidad estos exabruptos no son dañinos. Si nadie dice nada del abusivo magisterio realista de los adláteres de Vargas Llosa, para qué entonces escandalizarnos con Naipaul.
Sus novelas están inscritas en la tradición del siglo de la novela, el XIX. Las páginas dedicadas a este periodo son, por lo menos, una delicia. Y es cierto lo que sustenta: no se puede pretender escribir novelas, sea cual sea la intención de cada autor, si no conoces las obras maestras que afianzaron el género. El resto es moda, escribir en la absoluta nada.

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