hinostroza (1941 - 2016)
Este 2016 quedará como uno de los años
más terribles para la literatura peruana contemporánea, puesto que en cuestión
de meses nos han dejado escritores que más de uno había asumido como
inmortales. Esta sensación de inmortalidad se debía a que no pocos escritores y
lectores se formaron como tales bajo la sombra de estos escritores, como Miguel
Gutiérrez y Oswaldo Reynoso. A ellos ahora se suma Rodolfo Hinostroza (1941 –
2016).
Sobre la obra literaria de Hinostroza,
no hay mucho que decir, a menos que se tenga apego por la redundancia: uno de
los poetas más importantes de la tradición poética peruana. No podemos entender
el curso de la misma sin su proyecto poético, tan estudiado y recorrido por las
nuevas camadas de vates locales. Pero lo que siempre llamó mi atención de
Hinostroza fue su capacidad de despliegue, ya que no solo era talento, también
constancia, cualidades que lo llevaron a incursionar en más de un registro,
como el narrativo, la crónica, el ensayo, que direccionó también hacia una
serie de tópicos tan disociados entre sí, a saber, la gastronomía y la
astrología, pero que en su escritura adquirían un aura de distinción, su marca
de agua, es decir, su estilo.
Pensemos en el estilo de Hinostroza, un
estilo Bomba Molotov en el que resaltaban la sabiduría y una áspera oralidad
alimentada de visión de vida, de calle, como también de desencanto de la
realidad. En su estilo era posible detectar hacia dónde iba su escritura, en su
fe que el escritor tenía de ella, como también sobre sus posturas políticas e
ideológicas. A diferencia de otros poetas, Hinostroza fue uno que sí conoció el
reconocimiento en vida. Desde la publicación de su primer poemario Consejero del lobo (1965), el camino
para él parecía ser lo que finalmente fue: la consagración en vida, su
magisterio que se impuso como una imprescindible sombra no solo para los poetas
peruanos. Pero tampoco pensemos que por reconocido no fue resistido.
Muchos tenemos la imagen de un
Hinostroza bañado en el reconocimiento de la platea. Pero no siempre fue así.
En este sentido, me remonto a una tarde de octubre de 1998, a una clase de
Literatura Peruana Contemporánea que impartía Hildebrando Pérez en San Marcos,
quien al final de la misma, sugirió a los alumnos a que asistieran el viernes
próximo al Taller de Poesía que dirigía con Marco Martos, puesto que ese
viernes estaría Rodolfo Hinostroza luego de más de quince años sin pisar la
universidad. No quise preguntarle a Pérez por los motivos de esa ausencia, pero
esa sola noticia de la presencia de Hinostroza de la universidad, generó una
ola de murmuraciones, como también expectativa, en especial entre los
profesores mayores y los inevitables alumnos eternos de aquel entonces.
Por mi parte, me puse a releer la poesía
del autor, pero también fui más allá. Me informé de la historia paralela de
Hinostroza, de esa ruta vital que alimentó su obra, pero que también le prodigó
no pocos enemigos intelectuales, en este caso del ala de la intelectualidad de
la izquierda. Si hay algo que lamento hasta el día de hoy, es no haber visto a
Hinostroza ese viernes de octubre de 1998, que más de uno calificó como un
hecho histórico.
Aparte de la alta calidad poética de Consejero… y Contra Natura, este par de poemarios reflejaban una postura
política que no dejó satisfecho a muchos en sus años de aparición. Tengamos en
cuenta que fueron años signados por la efervescencia ideológica. Mientras
muchos iban hacia la revolución, nuestro escritor iba hacia otro lado, mostrándose
escéptico y crítico con la fiebre revolucionaria continental. A la fecha, lo dicho
puede parecer un dato menor, pero no era así en esos años. La ideología era tan
o más importante que el amor a la madre, sin exagerar.
Después de muchos años, en una noche de
mayo del 2006, al finalizar lo que creo que fue un recital poético en la
Alianza Francesa, y aprovechando que el poeta vagaba solo por el patio de la
institución, me acerqué para saludarlo. Sin embargo, a menos de un metro de él,
el poeta volteó y me preguntó, en la magia de su inconfundible voz, si le podía
“regalar un cigarrito”. Ese fue el punto de contacto de una conversa que se
extendió por casi una hora, la única vez que conversé con él y con lo hablado
me resultó más que suficiente para saber quién era Rodolfo Hinostroza.
Hablamos de su cuentos y, muy en
especial, de su novela Fata Morgana,
que no sé por qué a muchos no gusta pero que a mí sí, y en esa conversa
Hinostroza me contó el contexto personal en que la escribió. Para mí fue más
que suficiente: Hinostroza no se guardaba nada y no era de los que apostaban
por una imagen que anhelara quedar bien con todos. Al cabo de un tiempo supe
que su actitud, ejemplo de ella fuimos testigos en el polémico libro de
crónicas de poetas Pararrayos de Dios,
no iba en relación con la alta calidad de su literatura. Además, en mi blog
personal hice más de un señalamiento sobre su patanería hacia otros poetas,
posts, que por los amigos en común que teníamos, como el recordado poeta José
Pancorvo, había leído y que de hecho no le habían gustado para nada.
En los últimos años mi contacto con
Hinostroza se redujo a su esencia: me interesaba leerlo, no intimar con él como
sí otros lo hacían, con ahínco y un conmovedor servilismo. Esa vuelta a la
esencia, a su obra, hizo que la frecuentara y me reafirmara en ella, al punto
que sobre la misma emitía opiniones contundentes, al menos esa era la impresión
que veía en quienes me escuchaban en presentaciones y conferencias. Por un
lado, Hinostroza se ubica entre los cinco poetas más importantes de la
tradición poética peruana. Como narrador, ha entregado un cuentazo que de hecho
va a figurar como una joyita del cuento hispanoamericano, “El benefactor”, y no
es que me considere hincha, pero creo que en unos años se valorará mejor su
novela Fata Morgana. No pasemos por
alto Aprendizaje de limpieza, aparato
escritural que desde su publicación fue ajena a las tendencias imperativas de
la época y que muy bien pondría en su sitio a las posturas actuales que
reclaman paternidades sobre el híbrido y la narrativa del yo que viene
escribiéndose en Hispanoamérica.
Sus inquietudes hicieron de Hinostroza
una voz autorizada en gastronomía, uno de los primeros en dotarla de discurso,
de contribuir con registro escrito en su tradición; del mismo modo con Sistema Astrológico (1973), considerado
como una biblia en los estudios astrológicos.
Incursionó también en el teatro como dramaturgo. Sin duda, hablamos de
un autor que hizo gala de sus múltiples intereses, y en todos ellos, Hinostroza
dejó su marca, el sello de su paso.
En cierta ocasión, conversando con Pancorvo,
amigo de Hinostroza, con quien compartía una relación ajena a las frivolidades
amigueras de las redes sociales, me dijo que “Rodolfo es un artista, pero de
los que nacen cada cincuenta años, para mí es un tocado”. A continuación, a
manera de primicia, José me enseñó un anillado de más de mil páginas. Era el
libro en el que estuvo trabajando Hinostroza en los últimos meses. “Una noche
Rodolfo me dijo: José, creo que voy a escribir de los ángeles. Aquí está, estos
son los ángeles de Hinostroza”. Le pregunté entonces para cuándo saldría publicado
ese libro sobre ángeles, pero José extendió sus brazos, como sorprendido por mi
pregunta. “Proyectos así, a Rodolfo le conozco varios, si se publican o no, no
le arrebatan el sueño. Un tocado, pues”.
La literatura peruana pierde a un
escritor multigenérico sin parangón. Es cierto que recordaremos más a
Hinostroza como poeta, pero sería imperdonable no tener en cuenta los otros
registros en los que incursionó, aunque para ello habría que olvidarnos del
escritor poeta y centrarnos, a saber, en el escritor narrador, para darnos
cuenta de que la valla que deja es muy alta. Pero esta valla, y no solo
narrativa, no solo se manifiesta en el talento único ni en el ejercicio sobre
sí mismo, sino que es una valla que puede desmantelarse para aprender y ver qué
hay en sus circuitos internos, aunque esta empresa nos aporte mucho, algo muy
cierto que tendremos en cuenta desde ya: jamás seremos como Hinostroza.
…
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