jueves, noviembre 10, 2016

hinostroza (1941 - 2016)

Este 2016 quedará como uno de los años más terribles para la literatura peruana contemporánea, puesto que en cuestión de meses nos han dejado escritores que más de uno había asumido como inmortales. Esta sensación de inmortalidad se debía a que no pocos escritores y lectores se formaron como tales bajo la sombra de estos escritores, como Miguel Gutiérrez y Oswaldo Reynoso. A ellos ahora se suma Rodolfo Hinostroza (1941 – 2016).
Sobre la obra literaria de Hinostroza, no hay mucho que decir, a menos que se tenga apego por la redundancia: uno de los poetas más importantes de la tradición poética peruana. No podemos entender el curso de la misma sin su proyecto poético, tan estudiado y recorrido por las nuevas camadas de vates locales. Pero lo que siempre llamó mi atención de Hinostroza fue su capacidad de despliegue, ya que no solo era talento, también constancia, cualidades que lo llevaron a incursionar en más de un registro, como el narrativo, la crónica, el ensayo, que direccionó también hacia una serie de tópicos tan disociados entre sí, a saber, la gastronomía y la astrología, pero que en su escritura adquirían un aura de distinción, su marca de agua, es decir, su estilo.
Pensemos en el estilo de Hinostroza, un estilo Bomba Molotov en el que resaltaban la sabiduría y una áspera oralidad alimentada de visión de vida, de calle, como también de desencanto de la realidad. En su estilo era posible detectar hacia dónde iba su escritura, en su fe que el escritor tenía de ella, como también sobre sus posturas políticas e ideológicas. A diferencia de otros poetas, Hinostroza fue uno que sí conoció el reconocimiento en vida. Desde la publicación de su primer poemario Consejero del lobo (1965), el camino para él parecía ser lo que finalmente fue: la consagración en vida, su magisterio que se impuso como una imprescindible sombra no solo para los poetas peruanos. Pero tampoco pensemos que por reconocido no fue resistido.
Muchos tenemos la imagen de un Hinostroza bañado en el reconocimiento de la platea. Pero no siempre fue así. En este sentido, me remonto a una tarde de octubre de 1998, a una clase de Literatura Peruana Contemporánea que impartía Hildebrando Pérez en San Marcos, quien al final de la misma, sugirió a los alumnos a que asistieran el viernes próximo al Taller de Poesía que dirigía con Marco Martos, puesto que ese viernes estaría Rodolfo Hinostroza luego de más de quince años sin pisar la universidad. No quise preguntarle a Pérez por los motivos de esa ausencia, pero esa sola noticia de la presencia de Hinostroza de la universidad, generó una ola de murmuraciones, como también expectativa, en especial entre los profesores mayores y los inevitables alumnos eternos de aquel entonces.
Por mi parte, me puse a releer la poesía del autor, pero también fui más allá. Me informé de la historia paralela de Hinostroza, de esa ruta vital que alimentó su obra, pero que también le prodigó no pocos enemigos intelectuales, en este caso del ala de la intelectualidad de la izquierda. Si hay algo que lamento hasta el día de hoy, es no haber visto a Hinostroza ese viernes de octubre de 1998, que más de uno calificó como un hecho histórico.
Aparte de la alta calidad poética de Consejero… y Contra Natura, este par de poemarios reflejaban una postura política que no dejó satisfecho a muchos en sus años de aparición. Tengamos en cuenta que fueron años signados por la efervescencia ideológica. Mientras muchos iban hacia la revolución, nuestro escritor iba hacia otro lado, mostrándose escéptico y crítico con la fiebre revolucionaria continental. A la fecha, lo dicho puede parecer un dato menor, pero no era así en esos años. La ideología era tan o más importante que el amor a la madre, sin exagerar.
Después de muchos años, en una noche de mayo del 2006, al finalizar lo que creo que fue un recital poético en la Alianza Francesa, y aprovechando que el poeta vagaba solo por el patio de la institución, me acerqué para saludarlo. Sin embargo, a menos de un metro de él, el poeta volteó y me preguntó, en la magia de su inconfundible voz, si le podía “regalar un cigarrito”. Ese fue el punto de contacto de una conversa que se extendió por casi una hora, la única vez que conversé con él y con lo hablado me resultó más que suficiente para saber quién era Rodolfo Hinostroza.
Hablamos de su cuentos y, muy en especial, de su novela Fata Morgana, que no sé por qué a muchos no gusta pero que a mí sí, y en esa conversa Hinostroza me contó el contexto personal en que la escribió. Para mí fue más que suficiente: Hinostroza no se guardaba nada y no era de los que apostaban por una imagen que anhelara quedar bien con todos. Al cabo de un tiempo supe que su actitud, ejemplo de ella fuimos testigos en el polémico libro de crónicas de poetas Pararrayos de Dios, no iba en relación con la alta calidad de su literatura. Además, en mi blog personal hice más de un señalamiento sobre su patanería hacia otros poetas, posts, que por los amigos en común que teníamos, como el recordado poeta José Pancorvo, había leído y que de hecho no le habían gustado para nada.
En los últimos años mi contacto con Hinostroza se redujo a su esencia: me interesaba leerlo, no intimar con él como sí otros lo hacían, con ahínco y un conmovedor servilismo. Esa vuelta a la esencia, a su obra, hizo que la frecuentara y me reafirmara en ella, al punto que sobre la misma emitía opiniones contundentes, al menos esa era la impresión que veía en quienes me escuchaban en presentaciones y conferencias. Por un lado, Hinostroza se ubica entre los cinco poetas más importantes de la tradición poética peruana. Como narrador, ha entregado un cuentazo que de hecho va a figurar como una joyita del cuento hispanoamericano, “El benefactor”, y no es que me considere hincha, pero creo que en unos años se valorará mejor su novela Fata Morgana. No pasemos por alto Aprendizaje de limpieza, aparato escritural que desde su publicación fue ajena a las tendencias imperativas de la época y que muy bien pondría en su sitio a las posturas actuales que reclaman paternidades sobre el híbrido y la narrativa del yo que viene escribiéndose en Hispanoamérica.
Sus inquietudes hicieron de Hinostroza una voz autorizada en gastronomía, uno de los primeros en dotarla de discurso, de contribuir con registro escrito en su tradición; del mismo modo con Sistema Astrológico (1973), considerado como una biblia en los estudios astrológicos.  Incursionó también en el teatro como dramaturgo. Sin duda, hablamos de un autor que hizo gala de sus múltiples intereses, y en todos ellos, Hinostroza dejó su marca, el sello de su paso.
En cierta ocasión, conversando con Pancorvo, amigo de Hinostroza, con quien compartía una relación ajena a las frivolidades amigueras de las redes sociales, me dijo que “Rodolfo es un artista, pero de los que nacen cada cincuenta años, para mí es un tocado”. A continuación, a manera de primicia, José me enseñó un anillado de más de mil páginas. Era el libro en el que estuvo trabajando Hinostroza en los últimos meses. “Una noche Rodolfo me dijo: José, creo que voy a escribir de los ángeles. Aquí está, estos son los ángeles de Hinostroza”. Le pregunté entonces para cuándo saldría publicado ese libro sobre ángeles, pero José extendió sus brazos, como sorprendido por mi pregunta. “Proyectos así, a Rodolfo le conozco varios, si se publican o no, no le arrebatan el sueño. Un tocado, pues”.
La literatura peruana pierde a un escritor multigenérico sin parangón. Es cierto que recordaremos más a Hinostroza como poeta, pero sería imperdonable no tener en cuenta los otros registros en los que incursionó, aunque para ello habría que olvidarnos del escritor poeta y centrarnos, a saber, en el escritor narrador, para darnos cuenta de que la valla que deja es muy alta. Pero esta valla, y no solo narrativa, no solo se manifiesta en el talento único ni en el ejercicio sobre sí mismo, sino que es una valla que puede desmantelarse para aprender y ver qué hay en sus circuitos internos, aunque esta empresa nos aporte mucho, algo muy cierto que tendremos en cuenta desde ya: jamás seremos como Hinostroza.

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