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En estos dos días he estado por
Barranco, pero han sido días extraños porque me he cruzado con personas a las
que, en situaciones normales, evitas, sin más y sin cargo de culpa. Por eso,
cuando vi a “Chancho infame” en dirección a La Espiga, tuve la secreta
esperanza de que no entraría a ese café, mi punto de encuentro y reflexión
cuando voy a Barranco. “Chancho infame”, un pésimo poeta y argollero por
excelencia, tiene un deporte favorito: hablar mal de mí, con mayor razón cuando
sus alumnos de la San Marcos no dejan de mostrarme su buena onda y
consideración. “Chancho infame” me desprecia y en parte es muy bueno que te
desprecie gente como él, que en materia literaria goza de lo que merece y que
humanamente tiene lo que ha construído: la lástima de sus amigos.
Pero lo que sí no estaba dispuesto a
tolerar de “Chancho infame” era que se apodere del espacio, quizá el único en
ese distrito, en el que me siento cómodo, con mayor razón cuando había llegado
más temprano de lo debido a una reunión. Me detuve un rato, a ver si este ser
amorfo, colorado y con barba, no terminaba seducido por las butifarras de La
Espiga. Felizmente, no se quedó y siguió avanzando, seguramente en dirección a
la pollería más cercana.
Entré a La espiga y pedí un espresso y
un pastel de pasto, tal y como suelo llamar al pastel de acelga. Mientras
esperaba mi pedido, puse sobre la mesa una novela que se me antoja atractiva,
que me significará un viaje a los años sesenta y setenta, una novela de la que
he escuchado buenos comentarios. Las
chicas de Emma Cline.
Me sumergí en esas páginas, con la idea
de que el tiempo se detuviera. Si la reunión no se realizaba no era el problema,
el problema era el tráfico, que en estas épocas del año se torna por demás insoportable,
entonces debía esperar a que este se ponga decente en un lugar en el que
pudiera leer, y si lo hacía comiendo o bebiendo algo, pues tanto mejor.
Cuando iba por la página 40, me llaman y
me dicen que la reunión se iba a realizar y que me estaban esperando. Llamo al
mozo y pago mi consumo y salgo del café. Sin embargo, para mi mala suerte, me
cruzo con “Chancho infame”.
Nuestras miradas se cruzan, pero dejo
que siga su camino, porque se le veía apurado, y como lo supe minutos después,
se dirigía con desesperación a una sanguchería, desesperado por un acto de
canibalismo, es decir, su pan con chancho.
Para seguir evitando estos cruces,
decidí cambiar de acera y crucé la pista. Mantenerme alejado de ese tipo era lo
mejor que le podía pasar a él. Prendo mi celular y busco en Spotify un álbum de
1993 de Billy Joel, el River of Dreams,
que aparte de la canción homónima, sin duda una de mis favoritas, tiene un par
de canciones más que bien valdría la pena escuchar: “A Minor Variation” y “No
Man´s Land”. Esas tres canciones lo valen, no importa mucho la irregularidad de
este trabajo.
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