cucarachismo naranja
Cuando pienso en los fujimoristas, me es
imposible no imaginarme en principio una rata naranja.
Cuando pienso en Vargas Llosa, pienso en
sus libros, en especial en los que más me han acompañado, en los que he releído
no menos de una vez, como El pez en el
agua y Conversación en La Catedral.
En estos libros hallo las grandes
cualidades del escritor peruano: la entereza moral y la exhibición de su
trabajado aliento literario. Obviamente, a la fecha resulta mucho más polémico
su libro de memorias, polémico a razón de las posturas políticas que han
pautado la trayectoria del Nobel de Literatura. Más allá de estar de acuerdo o
no con sus posiciones políticas, sería mezquino negar la coherencia con la que
Vargas Llosa las ha honrado. No es poca cosa en estos tiempos que asistimos al
espectáculo del intelectual que ajusta su discurso de acuerdo al vaivén de los
intereses no pocas veces configurados por la rentabilidad de los mismos.
No me sorprende, aunque fastidie: cada
vez que Vargas Llosa se encuentra en el país para celebrar su cumpleaños 81,
aparecen sus detractores. Podría entender la crítica ideológica, incluso si la
crítica no sea tal y descanse en el subrayado frívolo. Pero no. Hace su
aparición el cucarachismo fujimorista, que no respeta cronologías ni
mutaciones, porque este cucarachismo también está compuesto por ratas y otros
habitantes de estercolero.
Me fijo en las cucarachas jóvenes,
criadas en la ignorancia y el pragmatismo, herencia del caudillo ahora
encerrado en un penal de máxima seguridad. Me fijo pues en sus comentarios,
amparado ingenuamente en un milagro, prueba de mi buenagentismo: encontrar
aunque sea un punto que ilumine y conduzca la argumentación. Pero no se
encuentra nada, para variar, solo odio, rencor y muchas faltas ortográficas. No
es que me queje de estas ratas y cucarachas, total, creo que ningún peruano
pensante pueda mostrarse libre de ellas, siempre hallaremos a algún fujimorista
cerca, ya sea en la familia, entre los amigos y conocidos, también en la conversación
al vuelo que contra tu voluntad escuchas en el tren eléctrico o el
Metropolitano. Pero estas cucarachas se mantienen silentes, al menos guardan
las formas, pero cada vez que el Nobel visita su país, el cucarachismo naranja
se deschava y se muestra en la naturalidad de su manifestación: el preludio de
la matonería verbal.
Se puede discutir, y poner en duda,
hasta de la valía literaria de Vargas Llosa, con mayor motivo sobre su discurso
neoliberal. Pero no se puede discutir contra la estupidez, aquel grado cero de
la sinapsis de la razón que motiva a los allegados naranjas. Bien dicen los
sabios: en este país no puedes ser grande si es que no tienes cucarachas que
aparezcan de cuando en vez.
1 Comentarios:
Nos cuesta creer que en este país un subnormal como Kenji tenga mucha aceptación
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