lunes, abril 10, 2017

no ocurre nada, pero sucede todo

Resulta por demás curiosa la existencia de un cineasta como el norteamericano Jim Jarmusch, que a la fecha goza de un justo prestigio, aunque este no provenga de la masa cinemera, sino de una parcela, a lo mejor pequeña, conformada por los cinéfilos y los autodenominados como tales. Por ello, no se trata de una referencia fácil de lograr. El camino de este director se ha presentado aún más complicado que la media de colegas de oficio.
Cuando hablamos de cinéfilos queremos señalar su sentido de clase privilegiada, haciendo hincapié en su naturaleza devoradora de películas, para quienes es lo mismo asistir a un estreno que ver una película de culto de Singapur. El verdadero cinéfilo ve de todo, sin prejuicio. Solo sobre la base de esa amplitud oceánica puede estar en condiciones de apreciar las poéticas de determinados géneros y tendencias. Por eso, si hablamos del prestigio de Jarmusch, este se debe a su apuesta por una de las poéticas más férreas y honestas de las que tengamos conocimiento. Lo suyo es el circuito independiente, pero solo en lo nominal, porque sus películas, con voluntad, pueden verse en cineclubes y en otras plataformas a disposición de los interesados.
Habría que señalar que Jarmusch funge de artista y maestro para cinéfilos. En este sendero, somos testigos de una coherencia discursiva que nunca se ha visto traicionada por la demanda de la industria. Jarmusch se ha convertido en una marca, en un sello de garantía de buenas historias, contadas bajo un ritmo pausado y preparando al espectador para más de una revelación, porque si algo signa su propuesta, son las revelaciones exentas de efectismo.
En su último trabajo, Paterson (2016), nos encontramos con la vida en una semana de un hombre común y corriente, un conductor de bus de transporte público, llamado Paterson (Adam Driver), que en sus ratos libres, como antes de recibir la orden para realizar su recorrido y muy avanzada la noche, escribe poemas en una libreta de páginas blancas. Paterson está casado con Laura (Golshifteh Farahani), con quien lleva un matrimonio ajeno a todo conflicto. Más bien resalta la coinonía en la pareja, a saber, Laura anima a su esposo a que dé a conocer sus poemas, que los considera buenos. No estamos ante una esposa que lo estimula porque quiere a su pareja, sino porque ella también tiene inquietudes artísticas, como la pintura y la música. A este dúo se suma Marvin, el Bulldog de Laura, que para más señas, y a manera de trivia, hizo que la película ganara el Premio Palm Dog de Cannes el año pasado. Paterson saca a pasear a Marvin todas las noches, paseos que le significan al poeta una extensión de la experiencia diurna, ya que al recorrer las calles de Paterson encuentra situaciones y personajes, como los maleantes que le advierten que cuide a su perro, porque en cualquier momento podría ser raptado.
En apariencia, no ocurre nada en Paterson, pero a la vez sucede todo y eso es el cine de Jarmusch: transmitir en la epifanía de los detalles. Pensemos en las conversaciones de Paterson en el bar de Doc (Barry Shabaka Henley), pero en especial en las conversaciones de los pasajeros mientras conduce el bus. Jarmusch sabe que captar el instante es su divisa y lo demuestra una vez más: una tarea en la que los gestos y frases cortas de Driver contribuyen en buena medida.
La crítica ha señalado la fuente de inspiración de la película: la vida y obra del poeta norteamericano William Carlos Williams. Entre sus poemarios, destaca el proyecto poético Paterson, en el que estuvo abocado doce años, con el objetivo de patentizar en la escritura poética los modos y niveles del habla norteamericana partiendo de Paterson como espacio nutriente. Añadamos también que el director es un cuajado conocedor de literatura y un amante de la cultura oriental. Hasta determinado punto, la película es un homenaje a Williams, pero también un rendido tributo a la cultura oriental y la experiencia poética. Prestemos atención a la escena en la que Paterson conversa sobre poesía con un innominado poeta japonés (no es broma: este poeta tiene todos los visos de Kenzaburo Oé, pero con diez años menos). Más allá de estos guiños, la película queda libre de deudas referenciales. Como tal, se impone en una agraciada poética visual y a ritmo de entrenamiento, que la convierte en un pequeño ejemplo de la mirada privilegiada de Jarmusch.

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Publicado en SB.

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