domingo, diciembre 31, 2017

repaso

Desperté temprano, pero me levanté hora y media más tarde. En ese lapso leí artículos de diarios locales y extranjeros, también avancé la lectura de una maravilla, una historia real que podría ser la biblia –si le damos una intención antojadiza— de cualquier movimiento feminista. Esta es: Tú no eres como todas las madres de Angelika Schrobsdorff.
Luego fortalecí un rato los brazos, del mismo modo la muñeca izquierda que amenaza con paralizar mi mano. Una vez dentro de la ducha vi mi futuro de las próximas horas, es decir, las actividades antes del recibimiento del nuevo año, recibimiento que siempre he asumido como una soberana cojudez.
Lo que me llama la atención de estos días son las cábalas. Cada quien tiene las suyas, algunas racionales aunque la mayoría ridículas. En ambas dimensiones percibo un valor, en el que se funden todas las posibilidades del capricho, como corresponde a los deseos.
No me gustan las cábalas consensuadas, de las que inevitablemente venimos siendo testigos. A saber, las prendas y objetos de color amarillo, indudable muestra de mal gusto, su imposición convertida en idiosincrasia. Ni hablar de las promesas a cumplir por mujeres y hombres, que según ellos llevarán a cabo el próximo martes, ya recuperados de la resaca. 
Si algo bueno percibo es precisamente nuestra extraña virtud nacional de temporada: la aparición de la autocrítica, el repaso de atrocidades y bajezas que no dudamos condenar a medida que se avecina la medianoche. Lo ideal sería que la autocrítica pase a la acción. Obviamente, no siempre ocurre lo que debería, pero la sola revisión de los excesos es un gran paso hacia la identificación del miserabilismo de cada uno, que se presenta como un pasadizo oscuro en dirección a la luz, algo parecido a una remota sesión de ayahuasca.

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