tragedia y verdad
En estas últimas semanas no he podido
ser ajeno a las resonancias emocionales e intelectuales a causa de la lectura
de El meteorólogo (2017) del escritor
francés Olivier Rolin.
Quizá la referencia al autor no sea del
todo cercana para el lector de estos lares, pero si me animé a leer el libro
fue a cuenta de la editorial que lo publica. No es para menos, puesto que el
catálogo de la editorial española Libros del Asteroide me ha brindado no pocas
experiencias que termino atesorando. Lo mismo podría decir de otros sellos que
marcan una saludable diferencia con la oferta de editoriales más poderosas.
Como señalo en el primer párrafo, aún
persiste el impacto del libro, lo que me lleva a preguntarme en qué consiste su
radiactividad. Al respecto, podemos especular sobre sus senderos, sean
estilísticos, estructurales y temáticos. Igualmente podríamos inquirir sobre su
naturaleza genérica y, en lo que a mí respecta, no me preocupa su linaje. Si es
novela o testimonio, poco o nada suma en la valoración que habría que dar a
Rolin como escritor, que no solo nos ha entregado un ejemplo de su calidad
literaria, sino también una historia que tiene el suficiente poder de ir más
allá de la experiencia de la lectura, en otras palabras, no solo nos quedamos
con un perfil configurado para sus evidentes fines narrativos, sino con una
sensación que obliga al lector a cuestionarse existencialmente y también a
pensar en el otro, el prójimo.
Así es, estamos hablando de un pequeño
acontecimiento. Y se lo debemos a Rolin, porque si algo identifica a la
narrativa actual en el mundo, es precisamente la ausencia de libros que vayan
más allá de su condición de tales. Pero este acontecimiento no sería lo que es
si su hacedor no fuera dueño de convicciones políticas e ideológicas, según su
hoja de vida, pautadas por la militancia. Cuando joven, Rolin fue un creyente
en la revolución comunista, pero antes de hipotecarse a partido alguno, se
mantuvo aferrado a los principios en los que se nutría la revolución,
principios que sabemos, hasta para quienes no sintonizamos con la seña
política, descansan principalmente en la protección del hombre y la igualdad
social. Rolin no tardó en decepcionarse de la revolución por culpa de sus
sátrapas y dictadores, que hicieron que esta trajera hambre, miseria, muerte y
humillación. Su mayor ejemplo trágico: lo ocurrido con la URSS.
Consignamos esta postura del autor con
el fin de entender el ánimo del proyecto narrativo que nos cita. Sin esa
creencia en los principios de izquierda, no tendríamos en manos la joyita
narrativa El meteorólogo, que nos
presenta a quien ya debemos tener en el radar: Alekséi Feodósievich
Vangengheim, un destacado hombre de ciencia que se desempeñó como jefe del
Servicio Meteorológico de la URSS, Vangenheim era un convencido de la
importancia de su labor, asumida como piedra angular para los fines de la
revolución del Partido dirigido por Stalin. Vangenheim sabía que estaba siendo
parte de un cambio que podía extenderse por todo el planeta, sentía la
revolución en la piel, al punto que llamó Eleonora a su hija porque ese era el
nombre de la hija de Lenin. En otras palabras, Vangenheim era uno de los
aliados de la revolución comunista.
Como todo Estado totalitario, la URSS
comenzó a sacar a flote sus lados especulativos y conspirativos, condimentados
con irrefrenable paranoia. Había que cuidar la transformación social y en este
cuidado absolutamente todos eran sospechosos. En 1934, el reputado meteorólogo
es acusado de traición a la causa revolucionaria y sin más explicación fue enviado
a las islas Solovkí, que conformaban la cárcel geográfica del Gulag. Nuestro
hombre de ciencias no sabía de qué clase de traición se le acusaba, y como era
tan bienpensado, llegó a creer que su situación partía de un malentendido. En
los días y noches de carcelería, y debido a sus ataques de nervios que lo
hacían ineficaz para el trabajo físico, Vangenheim se dedicó a la lectura y el
estudio. Tengamos en cuenta que no era la única persona con conocimiento,
también se encontraban músicos, científicos, escritores y filósofos en su misma
situación. Por ello, cuando eran intervenidos, estos no dudaban en llevar
consigo todo su material de trabajo. El personaje de Rolin leía mucho, pero
también dedicaba las horas a la escritura de cartas, en este orden de destino:
su hija, su esposa y el dictador Stalin, a quien rogaba que viera por su
situación, ya que no entendía el porqué de su encierro cuando la revolución que
él comandaba era también la suya.
Como padre ausente de la crianza de su
hija de tres años, las misivas a su pequeña exhibían un contenido pedagógico
sobre las maravillas naturales, como los amaneceres, y también la flora y fauna
que veía a diario. Estas cartas venían acompañadas de dibujos y pequeños textos
que los explicaban.
En este punto, no es nada gratuita la
información de las cartas a su hija. Gracias a estas misivas es que la historia
del meteorólogo llega a las manos de Rolin, que arriba a ella tras una
invitación en 2010 a la Universidad de Arjánguelsk. No era la primera vez que
Rolin prestaba servicios académicos, y como ya conocía el lugar, decidió hacer
otros viajes cortos, quedando fascinado por el paisaje de Solovkí, lo que hizo
que germinara en él la intención de hacer una película. Para ver las locaciones
de su posible proyecto cinematográfico, Rolin regresó a Solovkí en 2012. En este nuevo viaje que el autor se topa con la historia secreta
de Vangenheim, de quien tiene conocimiento gracias a un álbum no venal preparado
por la hija de un desaparecido llamado, precisamente, Vangenheim.
Las intenciones de hacer una película
quedaron de lado porque el llamado sobre la vida del meteorólogo ejerció en
nuestro autor una obsesión complicada de eludir. La fascinación por saber más
de este hombre bueno y común fue el impulso que llevó a Rolin a elaborar un
rompecabezas informativo, labor que de por sí se pintaba de imposible. Tengamos
en cuenta que han pasado muchas décadas desde la desaparición del meteorólogo y
que lo más probable era que existieran contadas posibilidades de encontrar
testigos directos que pudieran explicar lo que pudo pasar con él.
Rolin empieza a recoger material, todo
el disponible para reconstruir la noción de un hombre injustamente acusado por
el Partido y condenado a muerte. El autor se vale de las cartas, como también
del testimonio de historiadores y la voraz lectura de libros que abordaran las
secuelas de la dictadura de Stalin. Es precisamente en este armado de
información en donde encontramos la médula de este proyecto. Nos enfrentamos,
más que a una inteligencia, a una sensibilidad que en la administración de
información es capaz de indignar y conmover. Esta ambivalencia sensorial se la
debemos a la autocrítica de Rolin que señalamos líneas arriba. Rolin cree en
los principios del comunismo, pero no en la desgracia que hicieron de él sus
asesinos.
Lo ideal es calificar a El meteorólogo como un extraño artefacto
narrativo. La decepción de Rolin del sistema comunista le permite ejercer una
libertad discursiva, que vemos en la exposición de los materiales a
disposición, y en este curso el autor no es ajeno a sus opiniones sobre
Vangenheim, tal y como podemos ver en los párrafos en los que resalta la
ingenuidad del científico al creer que su situación partía de un mal entendido
o de un mero error burocrático, cuando lo cierto era que ya estaba condenado a
muerte.
¿Una historia real? Por supuesto. ¿Hay
algo de ficción en esta publicación? Lo más probable, y de ser así, poco o nada
importan las fijaciones sobre las gotas de ficción capaces de teñir un texto de
no ficción. Rolin tuvo que especular y así llenar los vacíos en la tragedia
humana que nos presenta. Además, lleva a cabo esta empresa mediante una prosa
aséptica, que nos revela su grado de compromiso con la palabra escrita en
función a su tema, o sea, una ética discursiva contra el ego creador, esa
criatura maligna capaz de resentir cualquier proyecto literario gracias a los
caprichos de la prosa adornada. En la aparente facilidad de la palabra, Rolin
nos obsequia una historia de vida con el poder de hacernos mejores personas.
Hay que agradecer.
…
En SB
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