sábado, junio 02, 2018

hacer obra


En estas semanas se ha venido discutiendo sobre la situación de la poesía peruana última. Al respecto se han barajado influencias y también hemos visto un entendible afán por obtener reconocimiento entre sus participantes. No sorprende la bulla: obedecemos a una rica y contundente tradición poética.
Un poeta peruano, sea el que sea, es el “Poeta peruano”, que siente que los saludos valorativos son herencia, maná relleno de manjar blanco que todos deben disfrutar. En este sentido, entiendo los reclamos que suscita la poca atención de sus trabajos, sin embargo, lo que preocupa es que este multicircuito carezca de alguaciles, de celadores responsables que pongan orden a las manifestaciones poéticas no solo de Lima, sino también de Arequipa, Trujillo y Chiclayo. Lector, agárrate: en estos momentos todos los novísimos son luciferinas encarnaciones de Rimbaud.
En este nuevo siglo asistimos a una atractiva eclosión que merece un honesto escrutinio, sigo y leo a sus protagonistas y me convenzo de que lo más llamativo desde 2010 es Breve historia de la lírica inglesa de Briceño, a quien no mencionan ni en los debates virtuales. Estos círculos de discusión exhiben una “involuntaria” pendejada: no se puede ser juez y parte a la vez, he ahí el vertedero amiguista, la trampa del contrabando valorativo y la peregrina idealización de la juventud, que la podría entender si tuviéramos un poemario como Zona Dark (1991) de Álvarez.
Veo y escucho a nuestros calichines del verso y siento que estoy ante jubilados amargados. En cambio, las plumas mayores son las que vienen marcando el ritmo, la búsqueda temática y el compromiso poético. Leámoslos y calmémonos: Notas para un seminario sobre Foucault de Montalbetti, El motor de combustión interna de Chanove y Plaza Mayor de Muñoz, quien a los 78 años es el poeta más joven del Perú.



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