hacer obra
En estas semanas se ha venido
discutiendo sobre la situación de la poesía peruana última. Al respecto se han
barajado influencias y también hemos visto un entendible afán por obtener
reconocimiento entre sus participantes. No sorprende la bulla: obedecemos a una
rica y contundente tradición poética.
Un poeta peruano, sea el que sea, es el
“Poeta peruano”, que siente que los saludos valorativos son herencia, maná
relleno de manjar blanco que todos deben disfrutar. En este sentido, entiendo
los reclamos que suscita la poca atención de sus trabajos, sin embargo, lo que
preocupa es que este multicircuito carezca de alguaciles, de celadores
responsables que pongan orden a las manifestaciones poéticas no solo de Lima,
sino también de Arequipa, Trujillo y Chiclayo. Lector, agárrate: en estos
momentos todos los novísimos son luciferinas encarnaciones de Rimbaud.
En este nuevo siglo asistimos a una
atractiva eclosión que merece un honesto escrutinio, sigo y leo a sus
protagonistas y me convenzo de que lo más llamativo desde 2010 es Breve historia de la lírica inglesa de
Briceño, a quien no mencionan ni en los debates virtuales. Estos círculos de
discusión exhiben una “involuntaria” pendejada: no se puede ser juez y parte a
la vez, he ahí el vertedero amiguista, la trampa del contrabando valorativo y
la peregrina idealización de la juventud, que la podría entender si tuviéramos
un poemario como Zona Dark (1991) de
Álvarez.
Veo y escucho a nuestros calichines del
verso y siento que estoy ante jubilados amargados. En cambio, las plumas
mayores son las que vienen marcando el ritmo, la búsqueda temática y el
compromiso poético. Leámoslos y calmémonos: Notas
para un seminario sobre Foucault de Montalbetti, El motor de combustión interna de Chanove y Plaza Mayor de Muñoz, quien a los 78 años es el poeta más joven del
Perú.
En Caretas
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