martes, junio 05, 2018

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Ante la cadena de agresiones a mujeres que vemos a diario, con mayor razón cuando hace pocos días nos enteramos de la muerte de Eyvi Ágreda, cuyo fallecimiento obedeció a la contaminación de su cuerpo tras ser rociada con el polvo del extintor minutos después de haber sido quemada por un miserable que buscó vengarse de ella por no hacerle caso, no queda ninguna acción racional: la demora de la justicia, el desdén de los organismos llamados a cuidarlas y la inacción ciudadana agotaron el poco crédito moral que les quedaba. Ante ello, las mujeres tienen que defenderse de la misma manera en que son atacadas.
Mucho discurso, demasiada superioridad moral y excesiva intelectualización de la barbarie que leemos en las columnas de opinión de los diarios, ni hablar de las redes sociales, en donde somos testigos de la pontificación e indignación de los acosadores, de las sentencias apofánticas de pequeños terroristas que no van más allá del conchasumadreo a mujeres y otras maravillas. La posería e imbecilidad hicieron sinapsis. Mientras se piensa en esta calamidad, una mujer está siendo masacrada. No se pudo tener peor metáfora de la situación: el mismo día que enterraban a Ágreda, en Chorrillos una mujer estuvo a punto de ser asesinada por su conviviente, quien la había amenazado con quemarla “igual que a Eyvi”. 
La respuesta a esta violencia contra la mujer parte del detalle, de la batalla diaria y de un cambio de actitud en el trato mismo con Ella. Es decir, dejarnos de huevadas y actuar ante la más mínima muestra de agresión, sea esta física o verbal. Lo demás es silencio, verso barato y cojudo pensamiento correcto.

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