mirar el mundo
Pese a los problemas por los que
atreviese este país, no podemos negar que las cosas que suceden en él son
insumos maravillosos para toda sensibilidad creativa. Por ejemplo, lo que vimos
en abril podría incentivar una novela en la onda de la política ficción, ni
hablar de lo que imagino ya debe estar trabajándose: libros de no ficción, como
perfiles y biografías de Alan García.
Lo dicho no garantiza epifanía, la
calidad no está sujeta a las incidencias de la realidad. Sin embargo, nuestra
tradición literaria es realista y en base a ella se han edificado propuestas
valiosas. Pensemos en las poéticas de Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, Julio
Ramón Ribeyro, M. Vargas Llosa, Fernando Ampuero, Alonso Cueto, Augusto Higa,
Juan Morillo Ganoza y algunos más. (No faltará el que reclame por las
incursiones de JRR en los terruños fantásticos, pero ese no es el mejor (ni regular) JRR.)
Por supuesto, tenemos exponentes interesantes en lo fantástico y la ciencia ficción. De este último somos testigos de una suerte de pequeña explosión editorial, al punto
que podemos llegar a tener más libros de cf que lectores de cf, Más allá de
algunos avances, los registros no realistas están en deuda y no
tendrían que estarlo, pero lo están debido a la demagogia de sus promotores,
que han instaurado una mentira: la muerte del realismo.
Días atrás estuve releyendo algunos
fragmentos de un par de novelas, ambas celebradas el año pasado y
que exhibían el rótulo del extrañamiento, la cf, lo fantástico y otras hierbas.
No voy a negar su trabajo con la escritura, pero no puedo calificar de revelador
aquello que no es más que amaneramiento verbal, imposible pasar como profundidad
lo que es un pan con manteca (el solo hecho de imaginarlo es más que
suficiente).
No soy un especialista en esos registros, pero creo que “algo” he leído de la tradición de la
que estos registros Made in Perú se
alimentan. No solo hay lejanía de sus circuitos esenciales (que se cura leyendo
bien), sino también la presencia de la lepra emocional que deviene en remedo de soberbia
imbécil, de la que tanto alardean no pocos autores practicantes del yoísmo, la
versión actual del realismo mal entendido. Hay que mirar el mundo.
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