jueves, mayo 23, 2019

mirar el mundo


Pese a los problemas por los que atreviese este país, no podemos negar que las cosas que suceden en él son insumos maravillosos para toda sensibilidad creativa. Por ejemplo, lo que vimos en abril podría incentivar una novela en la onda de la política ficción, ni hablar de lo que imagino ya debe estar trabajándose: libros de no ficción, como perfiles y biografías de Alan García.
Lo dicho no garantiza epifanía, la calidad no está sujeta a las incidencias de la realidad. Sin embargo, nuestra tradición literaria es realista y en base a ella se han edificado propuestas valiosas. Pensemos en las poéticas de Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, Julio Ramón Ribeyro, M. Vargas Llosa, Fernando Ampuero, Alonso Cueto, Augusto Higa, Juan Morillo Ganoza y algunos más. (No faltará el que reclame por las incursiones de JRR en los terruños fantásticos, pero ese no es el mejor (ni regular) JRR.)
Por supuesto, tenemos exponentes interesantes en lo fantástico y la ciencia ficción. De este último somos testigos de una suerte de pequeña explosión editorial, al punto que podemos llegar a tener más libros de cf que lectores de cf, Más allá de algunos avances, los registros no realistas están en deuda y no tendrían que estarlo, pero lo están debido a la demagogia de sus promotores, que han instaurado una mentira: la muerte del realismo.
Días atrás estuve releyendo algunos fragmentos de un par de novelas, ambas celebradas el año pasado y que exhibían el rótulo del extrañamiento, la cf, lo fantástico y otras hierbas. No voy a negar su trabajo con la escritura, pero no puedo calificar de revelador aquello que no es más que amaneramiento verbal, imposible pasar como profundidad lo que es un pan con manteca (el solo hecho de imaginarlo es más que suficiente). 
No soy un especialista en esos registros, pero creo que “algo” he leído de la tradición de la que estos registros Made in Perú se alimentan. No solo hay lejanía de sus circuitos esenciales (que se cura leyendo bien), sino también la presencia de la lepra emocional que deviene en remedo de soberbia imbécil, de la que tanto alardean no pocos autores practicantes del yoísmo, la versión actual del realismo mal entendido. Hay que mirar el mundo.



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