discurso
En estos días he vuelto a dos novelas.
Ya no recuerdo cuándo fue la última lectura que hice de ellas. Triste, solitario y final de Soriano y Corazón tan blanco de Marías. De ambas
debo escribir un discurso, que leeré en los próximos meses. Más no puedo
detallar, por el momento.
Volver a ellas también me significa
enfrentarme a recuerdos emocionales, relacionados a las circunstancias en que
las leí por primera vez. Sin duda, tengo mejor impresión de la novela del
español que la del argentino. Como fuere, ya las estoy avanzando y haciendo
notas de las mismas. Las releo con lentitud y solo me interrumpo para servirme
café o ver algunos canales de cable. Precisamente reparé en un canal, en donde
quedé hechizado por los movimientos del ballet de las ejecutantes, signados por
la sensualidad y carácter marciales.
Cerca de mí, no tenía una taza de café, sino una con leche. Un mal movimiento
de pierna hizo que la leche se rebalsara y manchara las fichas. No me hice
problemas, la leche acababa de dejar su marca en ellas y lo escrito a lápiz no
tardó en adquirir una morfología sinuosa y a la vez compacta, como si ese solo
hecho motivara la aparición de un bello ser con libre albedrío. Me quedé mirando
el avance de líquido espeso y semiblanco por la piel de la ficha. Al rato, me
puse a ver lo que seguía del espectáculo de ballet. En otra circunstancia, una
mancha en la ficha habría originado en mí una suerte de desesperación,
característica de los que padecemos de ansiedad, pero no, todo estaba tranquilo.
Ese suceso, en apariencia inane, me brindó la idea que necesitaba para direccionar
el sentido del discurso sobre las novelas que releo. Ya les contaré.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal