martes, mayo 07, 2019

discurso


En estos días he vuelto a dos novelas. Ya no recuerdo cuándo fue la última lectura que hice de ellas. Triste, solitario y final de Soriano y Corazón tan blanco de Marías. De ambas debo escribir un discurso, que leeré en los próximos meses. Más no puedo detallar, por el momento. 
Volver a ellas también me significa enfrentarme a recuerdos emocionales, relacionados a las circunstancias en que las leí por primera vez. Sin duda, tengo mejor impresión de la novela del español que la del argentino. Como fuere, ya las estoy avanzando y haciendo notas de las mismas. Las releo con lentitud y solo me interrumpo para servirme café o ver algunos canales de cable. Precisamente reparé en un canal, en donde quedé hechizado por los movimientos del ballet de las ejecutantes, signados por la sensualidad y  carácter marciales. Cerca de mí, no tenía una taza de café, sino una con leche. Un mal movimiento de pierna hizo que la leche se rebalsara y manchara las fichas. No me hice problemas, la leche acababa de dejar su marca en ellas y lo escrito a lápiz no tardó en adquirir una morfología sinuosa y a la vez compacta, como si ese solo hecho motivara la aparición de un bello ser con libre albedrío. Me quedé mirando el avance de líquido espeso y semiblanco por la piel de la ficha. Al rato, me puse a ver lo que seguía del espectáculo de ballet. En otra circunstancia, una mancha en la ficha habría originado en mí una suerte de desesperación, característica de los que padecemos de ansiedad, pero no, todo estaba tranquilo. Ese suceso, en apariencia inane, me brindó la idea que necesitaba para direccionar el sentido del discurso sobre las novelas que releo. Ya les contaré.

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