con Oswaldo Reynoso (1931 - 2016)
En la madrugada de hoy martes 24,
falleció, a la edad de 85 años, el narrador peruano Oswaldo Reynoso.
Obviamente, sentimos una tristeza
profunda por su partida. Sin embargo, Reynoso estará presente en nuestra
memoria, y por partida doble. Por un lado, recordaremos al Reynoso escritor,
dueño de una obra que no ha envejecido para nada con el paso de los años.
Hablamos de una poética que durante décadas ha oxigenado la narrativa peruana,
que la ha rescatado del marasmo temático y formal que más de una vez ha
amenazado con hundirla. No es para menos, y no hay secreto por descubrir para
explicarlo. Esta vigencia en la obra de Reynoso obedeció a su declarado respeto
por la escritura literaria, no por nada, él siempre se consideró un estilista,
un orfebre de la palabra, un hacedor de atmósferas que privilegiaba el aliento
poético. Cómo olvidar, pues, las inolvidables centellas verbales en los relatos
de Los inocentes, que a más de un lector, sea de cualquier edad, lo sumergía en
una epifanía pautada por la aventura del descubrimiento de la calle. Cómo ser
pues ajeno al erotismo contenido y golpeado de sus personajes, cómo quedar sano
después de tanta sensualidad verbal que, en unión con su lenguaje, nos
aplastaba para ofrecernos otra visión de la vida.
Reynoso fue dueño de una obra breve,
pero contundente. No le interesaba ser prolífico. Si algo podemos destacar de
él es que con lo escrito le bastaba y sobraba para ser considerado no solo como
uno de los más grandes estilistas de la literatura peruana, sino también latinoamericana.
Literariamente, había cumplido. Pero ello no le fue suficiente. Lo que hizo fue
lo que pocos se atreven: recorrer el Perú, llevando sus libros a colegios,
institutos y universidades. Es por ello que ahora entendemos lo que más de una
vez decía: “Yo escribo para el Perú”.
Hasta aquí, el Reynoso escritor.
Ahora, el Reynoso persona.
Los lectores de la librería recordarán
que Reynoso fue este 2016 el primer escritor invitado de nuestro ciclo de
charlas Encuentros en El Virrey de Lima. Los que estuvimos esa noche del 15 de
enero, recordamos a un Reynoso lozano y firme como escritor, pero no como un
escritor que cumplía con el discurso honesto del escritor luchador, sino como
uno en franca lucha contra la frivolidad que viene maculando el ejercicio del
oficio literario, un crítico abierto de las mafias editoriales que pretenden “mostrarnos
un Perú que yo no he recorrido, un falso Perú”, un indignado de lo que pasa en
el mundo de hoy en relación a la explotación del “hombre por el hombre”.
Obviamente, hasta aquí, vimos a un Reynoso político, pero también presenciamos
a un Reynoso risueño, lleno de anécdotas, de experiencias vitales que estoy
seguro a más de uno le hubiera gustado vivir. Reynoso terminó la charla leyendo
el fragmento de CAPRICHO. Antes de la lectura, nuestro escritor se encargó de
remarcar que no se trataba de una novela, menos de una memoria, sino simplemente
de literatura. Al terminar la lectura de ese fragmento un silencio mágico se
impuso en la librería, un silencio que no era más que la celebración de la
experiencia literaria. No lo pensamos demasiado: habíamos asistido a una
pequeña muestra de su compromiso con la realidad sin traicionar su postura literaria.
Terminada la charla, nos dirigimos al
bar Don Lucho de Quilca. Cuando bajamos del taxi, nos dimos cuenta que nosotros
sobrábamos en el trayecto al bar. Por ello, decidimos que Reynoso camine solo.
No era para menos, ya que los jóvenes que reían y bebían en las veredas, al
percatarse de su presencia, se le acercaron para saludarlo y abrazarlo. Reynoso
fue recíproco con los saludos y palabras de admiración, además, los animaba a
escribir, a no venderse, a ser ellos mismos. Estos jóvenes proyectaban en Reynoso
la espontaneidad del cariño y amor genuinos.
Esto, amigas y amigos, es la posteridad.
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