cuando el río se desborda
Acabo de llegar del Centro de Lima, algo
cansado porque tuve que caminar más de lo acostumbrado para recién poder tomar
mi taxi de regreso. La demora se debió al desborde del río Rímac, hecho del que
fui testigo ya que se desbordó a menos de cincuenta metros de donde me
encontraba.
La historia del miércoles 15 empieza el
miércoles 8, cuando en la tarde recibo un mensaje de Dante, quien me pregunta
si puedo presentar el poemario de su amigo el poeta Carlos. Le pedí a Dante que
me pasara el pdf del libro. Lo leí y le dije que sí, y que me diga con tiempo
el lugar y la hora de la presentación.
No pude estar más que contento. En este
inevitable tránsito de presentaciones, he hablado de libros de autores mayores
peruanos y extranjeros, como también de los nuevos. Si la memoria no me
traiciona, lo he hecho en todos los espacios oficiales posibles y en los que no
lo son, siempre en buena onda, porque soy fiel a mi principio de aceptación:
que el libro a presentar me impulse a tener algo que decir. Como dije, no pude
estar más que satisfecho, porque la presentación del poemario Dios se tragará la muerte se daría en la
Feria del Libro Amazonas. Si hay un lugar en Lima al que le tengo mucho cariño,
ese lugar es precisamente esta feria permanente de libros, en la que también
trabaja mi amigo, mi hermano a la fuerza, Abelardo, el metalero fanático de Air
Supply.
Lo malo, lo que sí me fastidió, la hora
de la presentación: 4 de la tarde.
No sé si ya lo he dicho en este blog, pero
tengo un serio problema de insolación. Hasta de noche debo usar bloqueador, de
no ser así, mi cara se llenaría de ronchas y otras manifestaciones cutáneas. Eso,
por un lado. Por otro, el sol cada día está más insoportable, sobre todo el
calor que viene horas después de una intensa noche de lluvia.
Me dirigí a Amazonas, siempre avanzando
por el lado de la sombra, y por más que me cuidada, me achicharré y mi cuerpo
se convirtió en una melcocha, aún más que la media común porque soy de los
sudan demasiado. Cuando llegué no demoré en encontrar a Dante y Carlos. El
evento ya había empezado y antes de participar en la presentación, me dirigí a
saludar al metalero fanático de Air Supply, a quien encontré en su segundo
puesto. Todo un hombre de cultura mi causita. Conversamos lo de siempre, pero
en lo que hablamos la preocupación latente no podía dejar de ser abordada,
porque el río Rímac estaba a nada de desbordarse, no con el peligro de llegar a
la feria (¿o sí?), pero no era para confiarse porque en nada las lodosas aguas
invadirían los rieles del tren.
Antes de hablar de las virtudes del
poemario de Carlos, expresé mi alegría por estar presentando por primera vez un
libro en Amazonas. También saludé a los organizadores por esta iniciativa, por
promover estas actividades culturales, en fiel convicción de que estas son
parte de todo circuito libresco que se asuma como tal, sin depender de su
posible rentabilidad. Además, contra lo que puedan pensar algunos burgueses y
trepas de nuestra literatura actual, en este campo ferial también han
presentado sus libros Mario Vargas Llosa, Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso y
demás plumas de importancia.
Tampoco voy a negar que mientras hablaba
sentía una preocupación, porque el olor a tierra húmeda era fuerte, hecho que
reforzaba lo que ya no se decía: el río terminaría por invadir los rieles y que
la fuerza del mismo se repotencie con la presión con el muro de contención. Más
allá de este temor, hablé bien y creo que los asistentes lo sintieron así.
Quedé con Dante y Carlos en que iríamos
por el chifazo de rigor. Pero antes, y aprovechando que Carlos firmaba algunos
ejemplares, fui a despedirme de Abelardo, quien me acompañó a grabar la furia
del río, furia que inmortalicé en mi Instagram. También salí del campo ferial y
me dirigí al puente de piedra que, para mi vergüenza, no sé su nombre. La
situación ya estaba jodida, porque un cordón policial impedía que la gente lo
cruce. Más de uno se quedó atónito ante el lodazal que traía más de un centenar
de cilindros de plástico de múltiples colores.
Media hora después me enteré de que el
río había invadido las instalaciones de la Casa de la Literatura Peruana. Entonces,
le mandé un mensaje a mi pata Jaime y le pregunté si necesitaba ayuda, porque
si existía un peligro, ese peligro era la destrucción del material
bibliográfico ubicado en la primera planta de la Casa. Jaime me dijo que los
libros estaban a salvo porque todos pusieron el hombro para salvar los libros,
además contaron con la ayuda de los soldados del Palacio de Gobierno.
Nos despedimos de Dante y Carlos me
acompañó a Polvos Azules. La hora: 8 de la noche. Tenía tiempo suficiente para
abastecerme de películas, con mayor razón ahora que me encuentro en una maratónica
revisión de toda la filmografía de Cassavetes. Por lo general, las tiendas del
centro comercial cierran a partir de las 9, pero mientras nos dirigíamos al
Pasaje 18, muchísimos puestos estaban cerrados. Y en el pasaje cinéfilo solo
una tienda estaba abierta. Cuando le pregunté al encargado de esa única tienda
abierta por el cierre masivo de tiendas, su respuesta reflejó mi nula lectura
de la realidad: los encargados se habían retirado temprano, ya sea porque
estaban preocupados, o porque tendrían problemas para llegar a sus casas a causa
del desborde del Rímac.
En alguna ocasión leí que el clima se
vengaría de cómo lo hemos estado tratando en estos últimos veinte años. Pues la
venganza ya es realidad. El desborde del Rímac no solo afecta a los que viven
cerca de él, sino también a los que nos alucinamos seguros de sus aguas.
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