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Lo justo, hermano: la ley tiene que ser
aplicada para todos.
Pero antes, me alegra que los hermanos
cusqueños hayan salidos a las calles a manifestarse contra Keiko.
Cusco no es una plaza favorable para la
mafia naranja, por el contrario, siempre ha sido un bastión difícil de quebrar.
El cusqueño es orgulloso y dueño de un profundo amor propio, características
que no los convierten en seguidores de las dádivas, como sí le ha funcionado al
fujimorismo en otras ciudades del interior del país.
La cultura del asistencialismo
fujimorista es lo que bombea el sentimiento de los naranjas. El sentimiento
naranja ha calado hondo, podría decir que ha viajado en generaciones. Miremos a
los jóvenes naranjas de hoy, que han sido criados con el cuento del Perú gobernado
por un emperador que puso orden en el país, acabando con el terrorismo y
saneando la economía durante la década noventera.
He sido testigo de este sentimiento
naranja en los nuevos peruanos. En ellos percibo un común denominador, una fuerza
que los identifica y hermana: la incultura y el ánimo tecnócrata.
Es que en el fujimorismo no hay espacio
para el análisis y la reflexión, no es más que una muestra de su grado de
simplicidad, esa práctica que tanto seduce a los peruanos, que solo tiene
predisposición para lo factual.
Por ello, si la ley es para todos, si se
ha sacado a Guzmán y Acuña, también debería procederse con Keiko. Se lo comenté
hace unas horas a la señora que me sirve el cevichazo de los viernes, pero esta
señora es naranja, naranja y explosiva. Felizmente se lo dije cuando acababa de
servirme el cevichón, otra hubiera sido la historia si se lo comentaba antes.
A lo que iba, si queremos salvarnos de
la amenaza naranja, no nos hagamos problemas. Apliquemos la ley. Los naranjas
también han violado la ley electoral. De esa manera nos evitaríamos problemas
que en la ejecución de la ley tienen solución. Pensando, siempre pensando.
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