lunes, marzo 14, 2016

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Fui a almorzar a la casa de mi hermano. Mi cuñada preparó ceviche y arroz con pollo. Luego me puse a conversar con mi sobrina y aproveché en preguntarle por los libros que tendría que leer este año en el colegio. Me trajo todos sus libros. Una ligera mirada a los títulos refuerza mi idea de guiarla mejor en sus lecturas formativas. Sin duda, el llamado Plan Lector es un rico negocio para más de un mercachifle cultural.
Me retiro de la casa de mi hermano, en donde dejo a mi padre, que está feliz viendo el triunfo de la U contra Sullana.
No tengo efectivo y busco un cajero BCP. Saco dinero y me voy hacia el paradero Matellini del Metropolitano. Debo ir a San Isidro, al cruce de Javier Prado con Arenales. Se supone que debo estar allí en menos de veinte minutos.
Confío en el Metropolitano. Pero esta vez fue lo mismo que ir en una custer en plena hora punta en la Av. Abancay. El motivo de la lentitud se supo a los segundos a causa de la presión de los pasajeros. Un bus se había malogrado, retardando el avance de los buses que venían detrás. En la vida llegaría a la hora indicada.
No tuve otra opción que esperar, reconfigurando mis planes inmediatos. Llevaba un libro de Pitol en la mochila, uno que releo, y ahora que me doy cuenta, releo en los domingos veraniegos, en esas horas muertas consagradas al hueveo absoluto, horas que deseas que no acaben nunca, teniendo como peligro la inminente llegada de lunes.
Bulla, calor y humedad en el bus. Me las arreglo para leer El mago de Viena. Cada página tiene vida en este libro, hasta el café que bebe Pitol. Pocos libros me transportan a un estado de paz, en especial en momentos tan jodidos como este, en el que debo adecuarme a las circunstancias. 
Cuando el bus comenzó a andar, lo hizo con una lentitud exasperante. Me bajé en la estación Javier Prado, se supone que iría al destino indicado, mas tomé asiento en una de las bancas de un parque cercano y seguí leyendo a Pitol, como quien espera a que el sol desaparezca. No, no es posería, lees a Pitol y te dan ganas de volver a Verne. 

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