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Cuando me toca madrugar, madrugo. Tomo
previsiones, mas este lunes no fue así. Solo dormí un par de horas. Me levanté
a las 8 de la mañana y me metí a la ducha en una. Lo hice escuchando a Verónica
Castro, gracias al alto volumen de una canción suya que venía de una casa
vecina.
Alisté mi ropa. Un terno. Ajá, atuendo
inevitable con el que fui al Congreso de La República a presentar la excelente
novela de Teresa Ruiz Rosas, Nada que declarar. El libro de Diana. En el taxi
hacía memoria. La verdad es que desde los 13 o 14 años que no iba al Congreso.
Hablé lo que tenía pensado de la novela
de Ruiz Rosas. Recomiendo su lectura. Posiblemente, en los próximos días pase a
limpio mis notas sobre la novela y publique el texto en este espacio. Algo me
dice que será algo polémico.
La presentación salió mejor de lo que se
podía esperar. Pero demoré un toque en salir porque me dediqué a recorrer los
pasillos de ese espacio que tantos sentimientos encontrados genera entre los
peruanos.
Llamo a casa y le pregunto a mi padre si
todo está bien allá. Me dice que sí. Entonces me dirijo, siempre en la sombra,
a visitar a mis patas en la librería El Virrey de Lima. Allí les tuve que
explicar a Carola, José Luis, Dio y Dajo por qué estaba disfrazado así. Mi idea
era quedarme unos minutos, de paso revisaba el programa de los próximos
encuentros literarios.
Me disponía a quitarme, debía llegar a
casa cuanto antes para quitarme toda la sensación de calor y humedad que,
literalmente, me estaba tirando al suelo. Esas ansias quedaron relegadas ante
la visita inesperada del filósofo español Eduardo Subirats, que venía acompañado
de mi querida amiga Charlotte.
Conversamos un toque, y entre lo que me
contó, mañana martes estará en la BNP de San Borja, ofreciendo una conferencia
y presentando sus dos últimos libros.
Intelectual polémico, sin duda alguna.
Eso es lo que tendría que ser un intelectual, no depender de nadie y decir y
escribir de lo que piensa, sin temor a represalias tan caras en el mundillo
cultural.
Salí de la librería y me encaminé por
Camaná.
Pasé un toque por Quilca y saludé a “Hombre
sabio”.
Los minutos avanzaban y mi cuerpo ya no
daba para más. Ahora sí, a regresar a casa. En la esquina de Camaná con Quilca
abordé un taxi. Bajo la ventana para llenarme de aire, y el taxista,
sintonizando en la radio la misma canción de Verónica Castro que escuché horas
antes al ducharme. ¿Será su cumpleaños o lo será en los próximos días?
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