"sudor"
Una de las novelas más comentadas en
estos últimos meses en el imaginario literario en español es, sin lugar a
dudas, Sudor (Random House, 2016) del
escritor chileno Alberto Fuguet.
Y Fuguet se ha encargado de que sea así.
Gracias a sus declaraciones en entrevistas, no pocos hablan Sudor, ya sea por el retrato del mundo
editorial, la temática gay, el miserabilismo de los escritores, la actitud
parricida con la estela del Boom latinoamericano, etc. Es decir, se nos
presenta la trastienda que esconde lo que jamás debe mostrar el oficialismo
literario. Pues bien, la suma de estos factores me parece positiva, puesto que
nos olvidamos de ese traspié que al autor le significó No ficción, el bajón luego de una seguidilla de títulos no menos
que muy recomendables, y claro, por qué no decirlo, en esta seguidilla de Hits
también se incluye su faceta de cineasta, que le ha permitido entregar más de
una película llamada a ser referente del cine latinoamericano de inicios del
presente siglo.
Nos enfrentamos a una novela
provocadora, una novela-bisturí que corta la piel y las venas de la gran leyenda
que se ha tejido en torno al mentado Boom latinoamericano. Fuguet destroza esa
leyenda y lo hace valiéndose de un personaje inspirado en el escritor mexicano
Carlos Fuentes, una de las máximas vacas sagradas de la narrativa
latinoamericana del Siglo XX, a la que el chileno no dudó en horadar cuando
falleció en el 2012 (para más detalle al respecto, chequear Tránsitos, cosa que así se dan una idea
de la masacre que les comento).
Hagamos un breve viaje en el tiempo,
hacia atrás: no sería una locura especular lo siguiente: en la figura de
Fuentes se acrisolaba el discurso antagonista de Fuguet contra el abuso y
dependencia que se tenía del Boom. Antologías como McOndo y Se habla español
son las pruebas fehacientes de su discurso y postura antiboom. Pero tengamos en
cuenta que en los años de ambas antologías, Fuguet no tenía la madurez que
ahora sí y lo bueno es que supo parar a tiempo ese discurso, o, por lo menos,
volverlo más solapado, consagrándose de esta manera a reforzar lo que tenía que
reforzar: su poética narrativa, que a la fecha resulta ineludible esquivar si
es que pretendemos tener una idea sobre la narrativa latinoamericana de entre
siglos. De las poéticas de sus compañeros generacionales, y no solo de esta
parte del charco, la suya es la que exhibe una mayor frescura, tanto temática y
estilística, que le ha permitido en los últimos años imponer un magisterio
involuntario: un magisterio cuya base es la confianza, pero no te confundas:
hablo de una confianza que se nutre del espíritu de enfrentamiento contra el
realismo mágico y en una medida que ha ido creciendo: la desacralización de la
figura del señorón letrado.
Líneas arribas señalé que Sudor es una novela provocadora, una
novela-bisturí, a esto sumemos su aliento en extremo divertido. Es que eso es
también Sudor: una novela divertida,
alejada de la intención indignada por alborotar el gallinero. Ahora, el
gallinero literario es alborotado debido a la postura risueña de la narración,
que corre por cuenta del editor Alfredo Garzón, que recibe una misión especial
de su casa editorial Alfaguara: acompañar al hijo del escritor
colombiano/mexicano Rafael Restrepo, una de las vacas sagradas de la editorial
y voz viviente del llamado Boom, durante los días que se encuentren en Santiago
promocionado el libro que exhibe todos los visos de los caprichos de un divo
literario. Esa será la misión del también llamado Alf, andar y, sobre todo,
cuidar al díscolo Rafa. Obviamente, Alf se considera un editor serio, al que no
pueden maltratar asumiéndolo como un guardaespaldas momentáneo, pero al final
acepta la orden. Más allá de la fama y reconocimiento mundial de Restrepo, él
es también uno de los garantes de la viabilidad económica a nivel continental
de su casa editorial. Entonces, se le debe tratar como si estuviera de visita
un jefe de estado, una luminaria en estado de gracia a la que se le debe
importunar con el comportamiento de su hijo.
Pero Fuguet se cuida en que la novela no
solo vaya sobre Restrepo y su hijo, sino que la oxigena con las (muchísimas)
páginas dedicadas a la insatisfacción personal de Alf, páginas en donde abunda
el sexo y exceso vital en dosis que por momentos (eso) ponen en peligro a la
novela. La fijación por el detalle de la calentura hormonal es descrita con
excesivo compromiso por parte del chileno. Muchos de estos pasajes se abren
demasiado del eje temático, lo que para algunos comentaristas ha sido un defecto
narrativo, mas yo lo veo como un fortalecimiento discursivo que se ahogó en el
efectismo de No ficción (tengamos
presente que son pocos los autores que pueden darse el lujo de establecer un
diálogo creativo consigo mismos, ya sea a nivel de poética, como también en fibra
temática, a saber, la recurrencia de sus personajes, no apuntando
solo a los literarios, también a los que pueblan su obra cinematográfica),
tarea que al final redondea debido al espíritu risueño que sostiene a la
narración.
Uno se pregunta hasta qué punto el
Restrepo de Fuguet es la “copia” de Carlos Fuentes, hasta qué niveles de
pleitesía llega el mundillo literario (claro, en Sudor se nos presenta el lustrabotismo chileno, pero fácil podría
ser un ejemplo casi cerrado del lustrabotismo literario por excelencia) por
congraciarse con las vacas sagradas continentales que viven de lo logrado y que
dominan desde el trono del prestigio. En este sentido, la novela resulta
también una metáfora del poder cultural al que más de un arribista anhela
pertenecer, aunque sea colgado del estribo. Alf lo deja en claro en muchísimas
páginas, páginas que son lo mejor de la novela, páginas que sudan lo que deben
sudar: indignada ironía.
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