martes, junio 14, 2016

"sudor"

Una de las novelas más comentadas en estos últimos meses en el imaginario literario en español es, sin lugar a dudas, Sudor (Random House, 2016) del escritor chileno Alberto Fuguet.
Y Fuguet se ha encargado de que sea así. Gracias a sus declaraciones en entrevistas, no pocos hablan Sudor, ya sea por el retrato del mundo editorial, la temática gay, el miserabilismo de los escritores, la actitud parricida con la estela del Boom latinoamericano, etc. Es decir, se nos presenta la trastienda que esconde lo que jamás debe mostrar el oficialismo literario. Pues bien, la suma de estos factores me parece positiva, puesto que nos olvidamos de ese traspié que al autor le significó No ficción, el bajón luego de una seguidilla de títulos no menos que muy recomendables, y claro, por qué no decirlo, en esta seguidilla de Hits también se incluye su faceta de cineasta, que le ha permitido entregar más de una película llamada a ser referente del cine latinoamericano de inicios del presente siglo.
Nos enfrentamos a una novela provocadora, una novela-bisturí que corta la piel y las venas de la gran leyenda que se ha tejido en torno al mentado Boom latinoamericano. Fuguet destroza esa leyenda y lo hace valiéndose de un personaje inspirado en el escritor mexicano Carlos Fuentes, una de las máximas vacas sagradas de la narrativa latinoamericana del Siglo XX, a la que el chileno no dudó en horadar cuando falleció en el 2012 (para más detalle al respecto, chequear Tránsitos, cosa que así se dan una idea de la masacre que les comento).
Hagamos un breve viaje en el tiempo, hacia atrás: no sería una locura especular lo siguiente: en la figura de Fuentes se acrisolaba el discurso antagonista de Fuguet contra el abuso y dependencia que se tenía del Boom. Antologías como McOndo y Se habla español son las pruebas fehacientes de su discurso y postura antiboom. Pero tengamos en cuenta que en los años de ambas antologías, Fuguet no tenía la madurez que ahora sí y lo bueno es que supo parar a tiempo ese discurso, o, por lo menos, volverlo más solapado, consagrándose de esta manera a reforzar lo que tenía que reforzar: su poética narrativa, que a la fecha resulta ineludible esquivar si es que pretendemos tener una idea sobre la narrativa latinoamericana de entre siglos. De las poéticas de sus compañeros generacionales, y no solo de esta parte del charco, la suya es la que exhibe una mayor frescura, tanto temática y estilística, que le ha permitido en los últimos años imponer un magisterio involuntario: un magisterio cuya base es la confianza, pero no te confundas: hablo de una confianza que se nutre del espíritu de enfrentamiento contra el realismo mágico y en una medida que ha ido creciendo: la desacralización de la figura del señorón letrado.
Líneas arribas señalé que Sudor es una novela provocadora, una novela-bisturí, a esto sumemos su aliento en extremo divertido. Es que eso es también Sudor: una novela divertida, alejada de la intención indignada por alborotar el gallinero. Ahora, el gallinero literario es alborotado debido a la postura risueña de la narración, que corre por cuenta del editor Alfredo Garzón, que recibe una misión especial de su casa editorial Alfaguara: acompañar al hijo del escritor colombiano/mexicano Rafael Restrepo, una de las vacas sagradas de la editorial y voz viviente del llamado Boom, durante los días que se encuentren en Santiago promocionado el libro que exhibe todos los visos de los caprichos de un divo literario. Esa será la misión del también llamado Alf, andar y, sobre todo, cuidar al díscolo Rafa. Obviamente, Alf se considera un editor serio, al que no pueden maltratar asumiéndolo como un guardaespaldas momentáneo, pero al final acepta la orden. Más allá de la fama y reconocimiento mundial de Restrepo, él es también uno de los garantes de la viabilidad económica a nivel continental de su casa editorial. Entonces, se le debe tratar como si estuviera de visita un jefe de estado, una luminaria en estado de gracia a la que se le debe importunar con el comportamiento de su hijo.
Pero Fuguet se cuida en que la novela no solo vaya sobre Restrepo y su hijo, sino que la oxigena con las (muchísimas) páginas dedicadas a la insatisfacción personal de Alf, páginas en donde abunda el sexo y exceso vital en dosis que por momentos (eso) ponen en peligro a la novela. La fijación por el detalle de la calentura hormonal es descrita con excesivo compromiso por parte del chileno. Muchos de estos pasajes se abren demasiado del eje temático, lo que para algunos comentaristas ha sido un defecto narrativo, mas yo lo veo como un fortalecimiento discursivo que se ahogó en el efectismo de No ficción (tengamos presente que son pocos los autores que pueden darse el lujo de establecer un diálogo creativo consigo mismos, ya sea a nivel de poética, como también en fibra temática, a saber, la recurrencia de sus personajes, no apuntando solo a los literarios, también a los que pueblan su obra cinematográfica), tarea que al final redondea debido al espíritu risueño que sostiene a la narración. 
Uno se pregunta hasta qué punto el Restrepo de Fuguet es la “copia” de Carlos Fuentes, hasta qué niveles de pleitesía llega el mundillo literario (claro, en Sudor se nos presenta el lustrabotismo chileno, pero fácil podría ser un ejemplo casi cerrado del lustrabotismo literario por excelencia) por congraciarse con las vacas sagradas continentales que viven de lo logrado y que dominan desde el trono del prestigio. En este sentido, la novela resulta también una metáfora del poder cultural al que más de un arribista anhela pertenecer, aunque sea colgado del estribo. Alf lo deja en claro en muchísimas páginas, páginas que son lo mejor de la novela, páginas que sudan lo que deben sudar: indignada ironía.

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