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Un lunes productivo y con mucha hambre.
Comí bien pero sentí más hambre de lo normal, había pues un endiablado
concierto de ballet en mi estómago, asaz salvaje, que me tuvo todo el día
saqueando la nevera. Pero no me hacía problemas, porque también sé cómo mitigar
estas ansias, que se aparecen en estos días del año, justo en este mes.
Por esas cosas, extrañas y mágicas, me
puse a pensar en los amigos y amigas que conocí en Colombia hace algunos años,
en lo importante que este lunes fue para ellos. Claro, a más de uno le agrada
la idea de la paz y esa firma del Estado colombiano con las FARC la asumo como
una apuesta por la vida. Sin duda, tendrá que haber mucha tolerancia si es que
en realidad se quiere evitar un continuo baño de sangre.
Es precisamente en una noche de ron y
humo en un parquecito de Bucaramanga, en la que conocí a un grupo de patas y
flacas, de izquierda radical, que me hablaban de la necesidad de una gran
revolución para liberar a Latinoamérica del yugo de la economía/sistema
neoliberal. Y si esa liberación costaba sangre, pues sangre tenía que correr si
es que se anhelaba esa llamada liberación. Los escuchaba y me aterraba el hecho
que otros patas también pensaran como ellos. No eran más que niños bien, hijos
de grandes ganaderos que jugaban a la revolución estimulados por el trago corto
y la hierba. Pero la pasé bien en la juerga pero no tan bien en mi regreso a mi
habitación del Hostal UNAB, regreso en el que me perdí entre las escaleras
serpenteantes de los edificios, recibiendo de súbito un aguacero caliente.
Cuando llegué al HU me mudé de ropa antes de coger una neumonía y busqué mi
cajetilla entre mi ropa mojada. Todos los cigarros arrugados por la humedad,
mojados. Y volví a salir, en pleno aguacero caliente, por una cajetilla. Es que
en esa época fumaba peor que ahora, que he bajado considerablemente mi consumo
de tabaco.
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