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El tráfico puede ser todo lo infernal
que nos parezca, pero lo de anoche superó toda expectativa de hastío y
desesperación. No tuve edición de EVL, pero sí la presentación del nuevo libro
del narrador arequipeño Orlando Mazeyra, Bitácora
del último de los veleros, que tampoco pudo contra el tráfico y llegó
tarde, pero la espera valió la pena. Los lectores fueron fieles y la
presentación no pudo ser mejor.
Al finalizar la presentación, me quedé
hablando con Christian Reynoso, el otro presentador de la noche, sobre lo que
se vienen en publicaciones en los próximos meses. Y por su parte, Orlando no se
cansaba de firmar ejemplares, algo que me alegró, puesto que se trata de un
narrador que ha ido ganando su posicionamiento a pulso de legitimidad. No diré
nada más al respecto, porque en los próximos días escribiré de esta última
entrega, aunque antes de que acabara la presentación, Orlando sacó otro libro,
recién caliente. Veremos que tal.
Por un momento, barajé la posibilidad de
ir a comer, meterme algo de veneno en algún restaurante o pollería del centro,
pero no era más que un antojo, que como tal, gozaba de una descomunal
gratuidad. Entonces decidí parar un taxi, llegar a casa y terminar un texto que
me tiene a mil por hora, texto que espero poder acabar el día de hoy, empresa que
me tendrá encerrado casi todo el día. Pero antes de parar un taxi, ubicado
donde estaba, en la intersección de Colmena con Quilca, a metros del Cine
Colón, una pareja de artistas, con una marioneta, cantaban una canción cuya
melodía conocía, o mejor dicho, que conocían todos los que pasaban cerca de
ellos. Me acerqué a ver lo que fue un espectáculo poético y mágico. Esta pareja
cantaba el “Himno nacional” en quechua, en melodía que hizo a un lado el ruido
de la festividad nocturna de un viernes céntrico y nocturno. Cómo no
aplaudirlos, pues.
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