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En la madrugada del lunes terminé y
envié un texto que me había tenido muy cabezón en los últimos días. Era pues un
ensayo largo sobre uno de los novelistas norteamericanos que más me gustan. Saul
Bellow. Conocía bien la obra de este escritor, pero como me había llenado de
textos por cumplir, aplazaba su escritura, la aplacé por más de tres meses,
pensando que las palabras brotarían solas y que acabaría el ensayo en una
sentada endiablada, en plena sensación lisérgica del trance de la escritura.
Por ello, las últimas horas las he
pasado con un tenue dolor de cabeza, tenue, sí, en comparación a la explosión
que me significó el domingo, en la que tuve que ordenar mis fichas sobre
Bellow, fichas en las que había plasmado mis impresiones que databan desde
1996, porque varios libros de este autor los había pedido prestados de la
biblioteca del ICPNA. Ese reencuentro con aquella impresión primeriza me dejó
más de una sensación, algunas de horror en cuanto a lo que pensaba de Bellow,
pero también de las otras, que seguían sintonizando con lo que hasta el día de
hoy pienso de la narrativa de este autor que recomiendo leer cada vez que
puedo. Me desentendí del ensayo para concentrarme en ese involuntario viaje al
pasado, en esas fichas que no solo iban de Bellow, sino de los muchos autores
gringos que leí en esa biblioteca, a la que frecuenté cuatro veces por semana
durante cinco años seguidos. Después de varias horas me di cuenta de que el
ensayo había quedado muy relegado, mi sentada dominguera se vio amenazada con
extenderse hasta altas horas de la madrugada del lunes. Además, el editor de la
revista en la que se publicará me ha demostrado paciencia y consideración.
Acabé ese ensayo a las 3 de la
madrugada, muy satisfecho por ese trance, del que alguna vez le escuché a
hablar a Alan Pauls. Pero ese trance me generó un costo, el dolor de cabeza que
me ha impedido avanzar con textos que en circunstancias normales escribiría en
corto tiempo. Soy mano rápida, pero la mano rápida poco o nada puede hacer con
un dolor de cabeza semejante a una resaca brutal.
Felizmente, las cosas se han ido
normalizando en las últimas horas, horas que las he pasado leyendo los diarios
del domingo, encontrando en lo que leía más de una sorpresa, ya sea negativa o
positiva, entre las primeras, el artículo de Canebo sobre seguridad ciudadana,
que comentaré en las próximas horas, después, eso sí, de escribir mi impresión
sobre el documental The Wolfpack.
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