radiactivo
Este 2016 llega a su fin en materia
literaria y al respecto no hay mucho que decir sobre lo que será la mayor
publicación del año, la misma que llena un vacío editorial que durante mucho
tiempo venía siendo reclamado por los lectores y amantes de la tradición
literaria peruana. Nos referimos a los cinco tomos que conforman la Obra Completa (Sur Librería Anticuaria –
Real Academia de la Lengua) de César Moro.
No podemos dejar de ser justos,
semejante monumento de edición se lo debemos al editor, crítico, traductor y
poeta Ricardo Silva-Santisteban, que en calidad de editor ya debe ser
considerado el principal hacedor de libros literarios del Perú, fácil de los
últimos cuarenta años. Silva-Santisteban cumple con las actuales y futuras
generaciones de interesados en la obra de Moro, quienes ahora sí podrán
trabajar, estudiar y difundir la obra de este escritor considerado como un
autor de culto.
En este sentido, la realidad de esta
publicación es también el cierre de un periplo por difundir a Moro, el mismo
que se acentuó en las dos últimas décadas. Hablamos de años de interés, en
principio silencioso, que pude percibir en los estudiantes de Literatura de San
Marcos a mediados de los noventa, que hechizados por la poesía de Moro, como
también por su vida, fueron tras toda la información disponible que pudiera
encontrarse del escritor. En esos años, tres poetas peruanos se imponían como
nuevos satélites, como gurús de una generación que se formaba bajo la sombra
del fujimorismo, teniendo como desfogue el nihilismo drogo. Había necesidad pues
de irracionalidad y manifestaciones lúdicas ancladas en la cotidianidad. Por
ello, no es extraño que hayan sido tres poetas peruanos los que abandonaron su
condición de culto hasta convertirse de inmediato en polos culturales, en
recurrencia pop. Pensemos en Luis Hernández, Jorge Eduardo Eielson y César Moro,
en ese orden. Con Hernández el camino fue más fácil, sin duda, la leyenda sobre
su vida ayudó en su difusión; con Eielson el trabajo fue constante, siendo a la
fecha uno de los poetas más influyentes en el imaginario poético peruano. ¿Pero
qué pasaba con Moro? ¿Por qué su poesía resultaba tan adictiva si solo se
conocía una parte de la misma, teniendo en cuenta que también estaba escrita en
francés? ¿En verdad quién era ese poeta del que habla Vargas Llosa en El pez en el agua? Había que descubrir
más de Moro, cuya leyenda vital había resistido el olvido del tiempo.
La vigencia de Moro es pues un triunfo a
la persistencia de esos jóvenes noventeros. Lo sabemos: sin interés, no hay
culto, mucho menos difusión. Y ese interés no decayó en los años siguientes,
por el contrario, se vio reforzado. Sino, hagamos memoria lo que Moro ha venido
significando en los últimos lustros, prácticamente hablamos de un Best Seller
poético.
Moro jala.
Moro radiactivo.
Todas las ediciones preparadas por RSS
se han agotado en cuestión de meses a cuenta del “hambre” existente sobre la
obra escrita de este escritor. Los cinco tomos de esta OC: los tres primeros
dedicados a la integridad de su poesía, el cuarto La poesía surrealista y otras traducciones y el quinto tomo Los anteojos de azufre.
La presente edición nos arroja una gratificante
impresión, y por ello también desconcertante: Moro fue un escritor productivo
que no solo se ciñó al ejercicio de la poesía, también hizo prosa y
traducciones, a la par de esto, también se desempeñó como gestor cultural y
artista plástico.
Los dos últimos tomos nos brindan una
imagen de Moro que tendría que conocerse más. Imagen de una actualidad pop que
deberíamos subrayar: la del artista esforzado y comprometido. Esforzado en el
trabajo que llevó adelante para dar a conocer la poesía surrealista (y de paso,
la suya, no lo vamos a negar, ni menos vamos a pecar de ingenuos), y
comprometido en cuanto a su actitud vital, de la que podemos tener indicios en
su poesía, pero muy poco en cuanto a postura ética y moral, no al nivel que
podíamos esperar, mas sí intuir. No podíamos acceder a este Moro por medio de
la poesía, sino en la prosa, el canal de su pensamiento ajeno a la imagen y
sensibilidad vistas en su poesía.
En el último tomo, Los anteojos de azufre, es el que más llama mi atención, por
tratarse de una faceta de Moro que conocía muy poco. En sus 347 páginas
accedemos al Moro cerebral, dueño de un estilo del que brotan también la ironía
y el espíritu confrontacional. Moro, pues, como actor incómodo que arremete no
solo contra el circuito literario, sino también contra la plástica indigenista
que se hacía en el Perú de entonces. Moro embistiendo a una vaca sagrada, el
poeta chileno Vicente Huidobro. Un Moro muy distinto, pero a la vez cercano. En
la actitud que nos refleja su prosa, hallamos a un artista que no apelaba a la
estrategia diplomática, vemos a un hombre en constante alerta. Es que no Moro
no fue un creador acomodaticio.
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Publicado en El Virrey de Lima
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