sábado, marzo 30, 2019

los más jóvenes


Ya se está haciendo costumbre que me pregunten por la situación de la narrativa peruana última. Para ser franco, es algo que no me agrada del todo y ahora más puesto que ando un poco desconectado de ella. No la he abandonado porque ya no me interese, sino porque la percibo previsible en sus planteamientos, cosa que me apena porque no hay nada que me entusiasme más que un buen libro de ficción de un autor joven (o lo que entendamos por juventud).
Sucede que ya no hallo intensidad de la vida (no confundas con vitalismo, mascota) en los textos de ficción de nuestras maravillosas plumas. Si a esta maravilla sumamos una escritura que encubre y que no sugiere conflictos, como que no hay mucho que pensar: ¿estás dispuesto a invertir tu tiempo en un texto que es una invitación al macheteo o prefieres dedicar ese tiempo a otros textos que te digan cosas así te gusten o no? La situación empeora cuando se asume el aburrimiento como mérito literario, reforzado por cierto reseñismo descriptivo que juega en pared con las editoriales y los autores, con quienes es preferible quedar bien bajo no sé qué motivo. 
En su momento, se dijo con acierto que Oswaldo Reynoso era el escritor peruano más joven. En lo personal, la obra de Reynoso es una novela, Los eunucos inmortales, pero sí doy trámite a la impresión, su poética sigue resonando, en parte gracias a su prosa lírica pero más a la soltura con la que este abordaba sus temas. Esta impresión la puedo aplicar a otros autores que escapan a la dictadura de la cronología. Más allá de que se sintonice o no con sus propuestas, pensemos en Miguel Gutiérrez, Fernando Ampuero y Alonso Cueto. ¿No te has dado cuenta de que la novela Kymper de Gutiérrez transmite mucho más que los tochos de violencia política que son invitaciones tajantes al bostezo? ¿Los cuentos y las memorias de Ampuero acaso no nos hacen pensar en esa mágica cualidad de apostar por la epifanía de la sencillez en vez de interminables chancacas narrativas que solo se quedan en la autoconsolación de que algo grande se hizo y que el mundo no está a la altura de la propuesta? ¿No es Cueto el que en sus última novelas expone como nadie el oculto tema del conflicto generado por la pérdida de la apariencia exitosa y el arribismo, tópicos que rehúyen nuestras voces más “avanzadas”, el autor que aprovecha en tiempo real las fisuras de la sociedad peruana actual, tan plástica y entregada a la modernolatría? Claro, todo escritor está en el derecho de escribir de lo que le venga en gana, apostando por las estrategias que le sean convenientes, la honestidad creativa ante todo (por supuesto), sin embargo, el problema se presenta cuando el chancateclas pierde la perspectiva creativa a causa de las trampas del ego, que construyen un convencimiento de valor en la propuesta pero que al mismo tiempo esta no encuentra eco en quienes deberían apreciarla. Esa es la razón por la que vemos hartas quejas de autores que ven fantasmas cuando lo que existe es un pujante aburrimiento en los lectores, a los que subestiman, craso error. La clave para salir del pantano discursivo nunca será traicionar la poética, sino soltarse, divertirse escribiendo sin alterar la médula del nervio de la escritura, solo así nos toparemos con novelas y cuentarios de autores “jóvenes” que escriben con lozanía y demonios, no como si fueran ancianos.

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