los más jóvenes
Ya se está haciendo costumbre que me
pregunten por la situación de la narrativa peruana última. Para ser franco, es
algo que no me agrada del todo y ahora más puesto que ando un poco desconectado
de ella. No la he abandonado porque ya no me interese, sino porque la percibo
previsible en sus planteamientos, cosa que me apena porque no hay nada que me
entusiasme más que un buen libro de ficción de un autor joven (o lo que
entendamos por juventud).
Sucede que ya no hallo intensidad de la
vida (no confundas con vitalismo, mascota) en los textos de ficción de nuestras
maravillosas plumas. Si a esta maravilla sumamos una escritura que encubre y
que no sugiere conflictos, como que no hay mucho que pensar: ¿estás dispuesto a
invertir tu tiempo en un texto que es una invitación al macheteo o prefieres
dedicar ese tiempo a otros textos que te digan cosas así te gusten o no? La
situación empeora cuando se asume el aburrimiento como mérito literario,
reforzado por cierto reseñismo descriptivo que juega en pared con las
editoriales y los autores, con quienes es preferible quedar bien bajo no sé qué
motivo.
En su momento, se dijo con acierto que
Oswaldo Reynoso era el escritor peruano más joven. En lo personal, la obra de
Reynoso es una novela, Los eunucos
inmortales, pero sí doy trámite a la impresión, su poética sigue resonando,
en parte gracias a su prosa lírica pero más a la soltura con la que este
abordaba sus temas. Esta impresión la puedo aplicar a otros autores que escapan
a la dictadura de la cronología. Más allá de que se sintonice o no con sus
propuestas, pensemos en Miguel Gutiérrez, Fernando Ampuero y Alonso Cueto. ¿No
te has dado cuenta de que la novela Kymper
de Gutiérrez transmite mucho más que los tochos de violencia política que son
invitaciones tajantes al bostezo? ¿Los cuentos y las memorias de Ampuero acaso
no nos hacen pensar en esa mágica cualidad de apostar por la epifanía de la
sencillez en vez de interminables chancacas narrativas que solo se quedan en la
autoconsolación de que algo grande se hizo y que el mundo no está a la altura
de la propuesta? ¿No es Cueto el que en sus última novelas expone como nadie el
oculto tema del conflicto generado por la pérdida de la apariencia exitosa y el
arribismo, tópicos que rehúyen nuestras voces más “avanzadas”, el autor que
aprovecha en tiempo real las fisuras de la sociedad peruana actual, tan
plástica y entregada a la modernolatría? Claro, todo escritor está en el
derecho de escribir de lo que le venga en gana, apostando por las estrategias
que le sean convenientes, la honestidad creativa ante todo (por supuesto), sin
embargo, el problema se presenta cuando el chancateclas pierde la perspectiva
creativa a causa de las trampas del ego, que construyen un convencimiento de
valor en la propuesta pero que al mismo tiempo esta no encuentra eco en quienes
deberían apreciarla. Esa es la razón por la que vemos hartas quejas de autores
que ven fantasmas cuando lo que existe es un pujante aburrimiento en los
lectores, a los que subestiman, craso error. La clave para salir del pantano
discursivo nunca será traicionar la poética, sino soltarse, divertirse escribiendo
sin alterar la médula del nervio de la escritura, solo así nos toparemos con novelas
y cuentarios de autores “jóvenes” que escriben con lozanía y demonios, no como
si fueran ancianos.
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