jueves, marzo 28, 2019

xenofobia


Cuando creía que la xenofobia era una suerte de estupidez pasajera, inaceptable en el circuito cultural local, cuando esta solo podía darse en inevitables mentes limitadas, resulta que esta también se cuela en el discurso de nuestros mayores representantes (o lo que entendamos por semejante despropósito) de nuestra izquierda, que por más que adornen el verbo en pos del like y el rebote, no pueden contener la obviedad: la pequeñez moral y la chatura de criterio.
Lo que estos infaltables energúmenos no consideraron fue precisamente la realidad que resta a sus estratégicos postulados de indignación. Desde la comodidad del bunker socialista defienden lo indefendible, viendo árboles donde hay pistas sin asfaltar. La incuestionable taradez: Nicolás Maduro resiste los embates del imperio gringo. Qué romántico. El sistema socialista persiste teniendo todo en contra, pero ese solo enunciado no es más que una mentira nutrida de inhumanidad y desconexión de la calle: ¿cómo explicas esa supuesta resistencia del socialismo a los miles de venezolanos que día a día luchan por sobrevivir en Lima? ¿Qué le responderás cuando te señalen que el sueldo mínimo bolivariano es igual al precio local de un kilo de pollo crudo? Dos preguntas entre muchas, cada cual más letal para la apología del fracaso, que sodomizan a los que abogan por el horror de la dictadura venezolana. 
Algunos se han dado cuenta de que están patinando en esa falsa idea romántica, pero siguen en la ceguera, puesto que ahora afilan sus lanzas contra el mismo migrante, perfilándolos como lo peor y, por ello, responsable de todos nuestros males actuales. Sus posturas no resisten el más flojo análisis, al toque se refleja la carencia del quejoso, que se cura con amor, buena alimentación y harto ejercicio. No hay otra, huevas.


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