lunes, junio 17, 2019

editores


Tras un fin de semana ajetreado, de inevitables celebraciones, que detesto tanto como las otras que suceden en el año, un entusiasta lector me deja un mensaje, que leo recién hoy en la mañana. En verdad, gratifica que aún existan interesados en saber cómo van las cosas en el mundo editorial peruano, que asumo como una señal saludable, ya que este conocido, de animarse y de contar con los recursos básicos en su momento, podría desempeñarse como un editor que forje un llamativo catálogo. Tiene lo esencial para serlo: pasión por la lectura y olfato editorial, características que bien llevadas no solo te permiten construir prestigio, sino también lo más importante en estos tiempos de fines concretos: ser rentable y poder cumplir con los sueldos. 
No hay mucho que decir de las grandes editoriales. Ellas ya están encaminadas, gusten o no, cumplen su función. Lo que sí me preocupa es la situación de los sellos independientes, de los que no veo las entregas que se supone deberían presentar por estos meses, sin necesidad de esperar a la FIL de julio. Esta suerte de silencio ya va por su cuarto año consecutivo, solo que ahora no se puede negar lo evidente: la crisis de propuesta. No es que no haya editores independientes, ojo que me refiero a los de verdad, no a esos oportunistas que a duras penas han leído treinta libros en la vida y que no han entendido ninguno, a los protagonistas de antes que presentaban novedades de interés, algunas de estas con el poder de cambiar la mirada de la narrativa peruana del momento, lo mismo podría decirse de la poesía. Se extraña ese riesgo, ¿a qué se deberá la nulidad actual? Ojalá sea el momentáneo aburguesamiento, realidad inevitable para parar la olla.


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