mafia abierta
Días agitados para el mundo editorial y
librero, razón a la vista: la próxima Feria Internacional del Libro de Lima,
que en esta edición tendrá a Mario Vargas Llosa como eje central. Es decir, veremos
charlas, conferencias, besamanos y demás actividades sobre la vida y obra de
nuestro Nobel.
En este sentido, resulta imposible no
pensar en lo que VLl significa para uno. Me gustan muchas novelas suyas, pero
ninguna como Conversación en La Catedral,
que en mi opinión es una de las cumbres de la novelística mundial del siglo XX.
Pero lo que más tengo presente en estos momentos es su dimensión de trabajo. No
olvidemos que la escribió a los 33 años, ya casado y con responsabilidad
familiar, situación que a más de uno desanimaría en cualquier proyecto narrativo
de envergadura. VLl lo hizo y esa es precisamente una virtud a destacar.
Ese debe ser el VLl que nos debe
interesar, bueno, el que me interesa. No el autor engreído que estamos viendo
desde hace un tiempo, con actitudes y, en especial, las de sus allegados, que
transportan la sospecha a la certeza: la existencia de una argolla con la que
no puedes disentir, a menos que tengas huevos o seas un kamikaze. La actitud
intolerante, tanto suya como la de sus escuderos, flaco favor le hace a su
trayectoria, signada precisamente por la discusión ante la opinión contraria.
Anoche un joven lector, protagonista de
su propia y salvaje experiencia literatosa, me preguntó si en la figura de VLl
hay una mafia literaria. Saludé su ingenuidad, que como tal no es menos. No
tuvo sentido explicar lo obvio.
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