viernes, julio 05, 2019

luis león


Hace unos días, un buen amigo, para mí uno de los potenciales conocedores de poesía peruana, me preguntó por los diez poemarios que consideraba estimables, aparecidos desde 2009. Por un momento, su pregunta me pareció tramposa porque sabe qué es lo que opino de la poesía peruana última, a la que ya no sigo como hace algún tiempo, y no sé si esa actitud sea la adecuada, porque a lo mejor me estoy perdiendo de una voz a la que debería prestar atención.
Igual, pasé a responderle, pero mientras lo hacía, recordé a un poeta que conocí a mediados de 2009. Lo conocí en un bar de Quilca, situación que me parece extraña porque no soy de asistir a bares, pero esa noche estaba en uno, del cual no sé su nombre, ubicado en la intersección de Quilca con Camaná, frente al Queirolo. En la mesa también estaba un autor de ciencia ficción, al que bauticé, en buena onda, como “El psicópata”, y seguramente, en una manifestación exagerada de mi parte, le dije que era el Philip K. Dick peruano, cosa que no me avergüenza, porque uno suele hablar huevadas en tragos, lo que sí me sorprendió fue que haya tomado en serio mis palabras, porque empezó a alucinarse el Philip K. Dick peruano. La mesa la completaba un pata estudiante de la Villarreal, de quien tampoco recuerdo su nombre, y a quien he visto activo en varios proyectos editoriales. Si no me equivoco, fue uno de los integrantes del comité consultivo de Colmena Editores de Armando Alzamora.
No sé de qué estábamos hablando, sin embargo, pocas veces me he cagado tanto de risa. Las anécdotas estaban en su punto mágico, festivas y con estilo, desde Puertoelhueco a las últimas payasadas de no pocos poepetizos locales. Al final hice mi retiro en modo automático, pero antes de abandonar el innominado bar, Luis León me entregó su poemario Absolutamente nada.
Lo leí y le escribí (su mail aparecía en la pequeña publicación) para felicitarlo por el libro, el cual puse como lo más destacado en poesía de 2009 en mi recuento. Tiempo después, cuando estuve de librero en Quilca, recibí su visita. Luis León estaba totalmente cambiado a como lo vi en el innominado bar, o más formal (supuse que la vida lo había puesto en otras responsabilidades). Me dejó los ejemplares de su segundo poemario Bástate alegría, publicado por Paracaídas. Me dedicó un ejemplar y me pidió que los demás los regale a los lectores, petición que hice con gusto.
He releído los poemarios de Luis León en estas últimas horas. Luis León ostenta un radar de lecturas suscritas al universo de los clásicos, el cual también se refleja en estos dos poemarios, específicamente en la administración de la métrica. No solo hay talento, también un mundo interior del cual el autor canibaliza a placer, exponiendo y disfrazando la verguenza (y todas las ramas que salgan de esta), lo no dicho. No es un dato menor teniendo en cuenta que en la nueva poesía peruana se entiende “vergüenza” y mundo interior por disfuerzo y una inimaginable lista de derivados idiotas. La situación empeora cuando en la forma se pretende estar en avanzada cuando esta no es más que un pálido eco de una expresión ya caduca o en entendible silencio. Por eso, la poesía actual no sabe cómo salir o encontrar atajos de este tráfico originado por el ansia de reconocimiento, sensación a la que contribuyen los colectivos poéticos que más parecen vientres de alquiler, cuando lo cierto es que ni siquiera pueden hacer eventos poéticos coherentes (recitales, homenajes, charlas), imperfectos quizá, delatados por el chanchuyo argolleril y la nula luz poética. Y para dorar más la costilla, hay puro huevonazo dándoselas de referente, que cuentan con una escuela integrada por gansos: reseñistas virtuales, la mayoría pavoneados con cartulinas sanmarquinas y católicas, que ponen su conocimiento al servicio del amiguismo, los intereses académicos, el tarjeteo ferial, la propuesta conceptual (cuando en la teoría se intenta justificar el discurso poético sin vuelo), la rifa festivalera y, obviamente, infaltable, la arrechura, maravillas con las que pretenden construir lo imposible: el respeto. 
Con un circuito así, poetas de valía y de verdad como Luis León están condenados a desaparecer. No le entran a la huevadita, es que resulta difícil creer o imaginar que un Poeta le esté dando a la huevadita, aunque en este pueblito todo puede pasar. A lo mejor Luis León ha decidido dar un paso al costado, dejar la práctica para siempre o regresar a ella muchos años después.






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